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Actualizado: 16 de mayo de 2025
«Dos meses de pensión han devengado ustedes ya, y ahora nos pondremos de acuerdo para las formalidades que han de llenarse, a fin de que uno y otro perciban desde luego...». Llegó a creer Ponte que hacía una rápida ascensión en globo, y se agarró con fuerza a los brazos del sillón, como el aeronauta a los bordes de la barquilla.
Nunca la señora Chermidy había estado tan bella y tan radiante. Su cara parecía un sol; el triunfo relampagueaba en sus ojos; su sillón parecía un trono, y su voz sonaba como un clarín. Se levantó para recibir al duque; sus pies no tocaban sobre la alfombra y su cabeza, soberbia de alegría, parecía ascender hasta el techo. El viejo se detuvo atontado y jadeante al verla de tal modo transfigurada.
Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»: Llámame padrino, como siempre, ¿sabes? También la niña respondía que sí.
¡Dale y más dale! exclamó Rafael, descargando un golpe a puño cerrado en el brazo del sillón . No se trata de eso, Rita; se trata del amor que te tengo y que durará eternamente. Ningún hombre ama en toda su vida más que a una mujer, en efectivo. Las otras se aman en papel. Ya lo sé dijo Rita . Bastantes veces me lo ha repetido Luis. Pero ¿sabes lo que digo?
A lo que replicó el juez, después de haberlo madurado plenamente: Sin embargo, todavía es usted joven y tiene atractivos. Se hace ya tarde dijo gravemente Magdalena, y deberíamos dormir ya todos. Señores, buenas noches. Y arrebujando su cuerpo con la manta, Magdalena se tendió al lado del sillón de Juan, con la cabeza apoyada contra el taburete donde éste descansaba los pies y no habló más ya.
Más cómodamente estará usted en el sillón que en ese banco. ¿Por qué no se sienta usted allí? No, señor; muchas gracias. Aquí estoy bien». Isidora estaba encantada.
¿Pruebas de qué? ¡Puesto que no hay nada!... ¿Y su marido no ha querido creerla? No. Entonces, ¿nada hay que esperar? ¡Nada! La señora de Lerne dejose caer en un sillón y quedó inmóvil, muda, inerte. Después de un silencio, Juana se le acercó. ¿Su hijo está en su casa? Sí. ¿Su carruaje está abajo? insistió Juana . Pues bien, partamos... iré con usted... quiero verle.
Tal vez en medio de una fiesta, muellemente sentada la duquesa, vuelto hacia atrás el rostro, recatándose entre el plumaje de su abanico y apoyado él en el respaldo del sillón que ella ocupaba, se encontrasen una sonrisa y una frase, como se encuentran el delito y su precio; pero el descuido, si lo hubo, de nadie fue notado; quedaron secretos los latidos que hicieron levantarse el raso a impulso del corazón, y quedó ignorada la secreta alegría de quien lo hizo palpitar.
Parecía como si estuviera en otro mundo distinto del nuestro, aunque le veíamos á unas cuantas varas de nosotros; remoto, aunque pasábamos junto á su sillón; inaccesible, aunque podríamos alargar las manos y estrechar las suyas.
Y como doña Catalina ama mucho á Quevedo, con toda su alma ardiente, á la que tan mal dueño has dado en tu sobrino el conde de Lemos, naturalmente, para no perder sus amores, te ha obligado, Lerma, porque tu hija puede obligarte, á que prendas á Quevedo. El duque se movió violentamente en el sillón.
Palabra del Dia
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