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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Todos los ojos se volvieron hacia un rincón obscuro de la barbería, porque era allí donde se encontraba el desconocido que había pronunciado tan singulares palabras. Cuando vio todas las miradas de la asamblea fijas en él, se levantó, dejó caer su obscura capa, atravesó el largo salón del establecimiento y fue a sentarse gravemente en el gran sillón, que entonces esperaba un paciente.
La cabeza contra el respaldo, los codos en los brazos del sillón y los dedos entrelazados, cerró luego los ojos para que los instantes le parecieran más veloces, mientras llegaba la respuesta de Beatriz, que debía traerle Casilda.
El padre Aliaga echó violentamente hacia atrás su pesado sillón, se levantó y se puso á pasear irritado á lo largo de su celda.
Pálido, anhelante, con el cuerpo rendido a la fatiga y el alma deshecha de dolor, el P. Gil permanecía extendido en su pobre sillón. Tenía el libro abierto sobre las rodillas, los brazos pendientes, los ojos cerrados. Por los intersticios de sus pestañas comenzaron a rezumar algunas lágrimas, que bajaron trémulas y silenciosas por sus mejillas. Era la imagen triste del vencido.
Por mi parte, me dejé caer, medio alelado, en amplio sillón, y José procedió a rasurarme sin pérdida de momento; no tardó en desaparecer mi pobre barba, quedando mi cara tan monda como la del Rey. Al mirarme Tarlein, no pudo menos de exclamar, asombrado: ¡Por Dios vivo! ¡Ahora sí que realizaremos nuestro plan. Eran las seis y no teníamos tiempo que perder.
Este se levantó, dió tres pasos vacilantes, y luego se dejó caer sobre un sillón, y se cubrió el rostro con las manos. Vamos dijo Quevedo , nos hemos salvado; veamos ahora si podemos salvar á esta infeliz. ¡Muerta! dijo el padre Aliaga roncamente. Y se arrodilló junto al cadáver y oró.
El padre Ambrosio estaba sentado en un sillón delante de la reja cabizbajo y profundamente pensativo. Yo, detrás de él a poca distancia, escuchaba con toda el alma en los oídos. Oyose abrir una puerta, y luego un paso reposado de mujer, el crujir de un vestido, y luego el gruñido cariñoso e impaciente de un perro. ¡Ah! ¿Es usted? dijo Amparo.
Otra cosa le preocupaba y le hacía removerse en su sillón. Sacó su reloj, la hermosa pieza cincelada del siglo anterior, e interrumpiendo a la cantante dijo a doña Manuela: Bien está todo; pero ¿a qué hora se come aquí? Cuando venga Rafaelito. A la una. Ya es; mira mi reloj. Te advierto que yo como siempre a las doce, y bastante sacrificio es esperar una hora.
En el extremo opuesto, o sea cerca de Isidro, estaba de pie Manzanares al lado de un sillón de junco con almohadones bordados, en el que aparecía casi tendida una mujer rubia, con un brazo caído y un volumen en la mano.
Se arroja sobre un sillón, echa la cabeza hacia atrás, y permanece así, poseído de la desesperación. ¡Juan, Juan, baje, que lo espero! Es la voz de la mujer amada, que lo llama desde el jardín. Juan se levanta. Del fondo del cuarto, por la ventana abierta, ve destacarse sobre el césped un vestido de verano.
Palabra del Dia
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