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Actualizado: 24 de julio de 2025
Al norte de un patio silencioso y tranquilo que por un gracioso vestíbulo de estilo latino abre paso á un claustro de religiosas, hay una pequeña joya de ese tiempo, que es una portada de iglesia, adornada con todos los caprichos que distinguen la decoracion gótica del estilo terciario, y flanqueada de dos elegantes estribos que rematan en agujas prismáticas y pináculos.
Á ratos se acerca á la falda de los montes y en apacible remanso medio oculto entre alisos y mimbreras les cuenta sus secretos; á ratos se adelanta al medio de la vega y marcha soberbio y silencioso reflejando los plantíos de maíz. Mirad, mirad cómo ahuma el techo de mi casa exclamó Bartolo señalando al fondo. Sin duda la tía Jeroma te prepara la borona.
El hombre permaneció silencioso durante unos minutos con su único ojo fijo en mí, inmóvil e irritado. ¡Ah! exclamó al fin con impaciencia. Veo que lo ignora usted todo completamente. Tal vez es mejor que siga así. Luego añadió: Hablemos ahora de otro asunto, del porvenir. ¿Y qué tiene el porvenir? le interrogué. He sido nombrado secretario de Mabel Blair y administrador de sus bienes.
El pez puede maliciosamente no dejarse coger, jugar con el anzuelo sin engancharse; el hombre de la caña, silencioso y prudente como un airón sobre su pata, no deja por eso de tener su brazo preparado y su mirada fija; jamás se desespera: al sentarse en la orilla del agua se halla depositado de las pasiones humanas, de impaciencia é ira.
¡Oh! basta... ¡Pues no vuelve á empezar! ¡Esta chiflado! ¡Al ateneo! ¡Hacedle tragar la servilleta! Todas estas interrupciones surgían de un coro de carcajadas, mientras, el convidado á quien se había dirigido Maugirón permanecía silencioso é impasible. Era el tal un hombre como de treinta años, alto, fornido, de cabeza cuadrada, color tostado, negros y rizosos cabellos y magníficos ojos azules.
No pocos días se pasaron en tan importantes asuntos, y si bien Morsamor se empleaba en ellos, lejos de mostrarse comunicativo y alegre, andaba triste y silencioso, esquivaba el trato y la conversación de todos, hasta del fiel Tiburcio, y para reposar de sus afanes gustaba de ir a escondese en cierta pintoresca gruta que había entre los peñascos de un cerro y desde la cual se oteaba el mar azul y se descubría muy extenso horizonte.
El duque en esta perplejidad se dirigió á la de la derecha, con paso silencioso como el de un ladrón, oculta la luz de la linterna, con las manos por delante. En un ancho y magnífico dormitorio, en un no menos ancho y magnífico lecho, dormía, mejor dicho, estaba acostada la hermosa duquesa de Gandía. Desvelábala el cuidado.
El vino era el culpable del atraso de la clase jornalera. Y toda la tertulia, al oír esto, rompía a reír, como si hubiese dicho algo graciosísimo que estaba esperando. Comenzaba el banderillero a soltar de las suyas. El único que permanecía silencioso, con ojos hostiles, era el talabartero. Odiaba al Nacional, viendo en él a un enemigo.
El aire silencioso temblaba con exagerada sonoridad, repitiendo la caída de un remo en las barcas, pequeñas como moscas, que se deslizaban abajo por la copa del golfo, prolongando las voces femeninas é invisibles que se perseguían en las arboledas de las alturas. Los sirvientes fueron de mesa en mesa colocando bujías encerradas en faroles de papel.
Viendo, pues, al Conde silencioso, empezó a estimularle para que hablara, lanzando algunas mal encubiertas pullas sobre las pasiones meramente espirituales; sobre lo felices y tranquilos que deben de vivir los maridos cuyas mujeres tales pasiones inspiran, y sobre los coloquios semi-divinos que deben de tener los que así aman.
Palabra del Dia
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