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Actualizado: 24 de julio de 2025
Ocultáronse al fin todos en el último recodo del camino, y sólo quedó la llanura árida, la polvorienta carretera, el pueblo de barracas, el colegio solitario, silencioso como una jaula de jilgueros vacía, y a lo lejos, acechando entre la bruma, Madrid, la gran charca.
Rafael estaba silencioso y cabizbajo; no osaba levantar la vista; sentía en su nuca la mirada de aquellos ojos verdes que parecían registrarle el alma. A ver; levante usted esa cabeza; proteste un poquito como antes. ¿Es verdad o no lo que digo? ¿Y si fuera?... se atrevió a suspirar Rafael, viéndose descubierto bruscamente.
Su amor por D. Luis, tan silencioso y tan reconcentrado, se ocultó a las miradas investigadoras de doña Casilda, de Currito y de todos los personajes del lugar que en las cartas de don Luis se nombran. Menos podía saberlo el vulgo.
Pero sin pecar de prolijo puedo manifestar que, cuando Jovita hubo pasado a poder del somnoliento mozo de cuadra, a quien muy pronto le sacudió el sueño con un par de coces, Federico salió con el tabernero a dar una vuelta por el pueblo que dormía silencioso.
Y al decir esto, Amparo se incorporaba, casi se ponía de pie en la silla, a pesar de los enérgicos y apremiantes ¡sttt!, de la maestra, a pesar del inspector de labores, que no hacía un momento estaba asomado a la entrada del taller, silencioso y grave.
El niño lo vió, y estando dotado, como todos los niños, de una penetración muy rápida, no despegó los labios, de suerte que el regreso al hogar fué silencioso.
En Socoa, que es el puerto de San Juan de Luz, en una taberna de marineros, cuatro hombres, sentados en una mesa, charlaban. De cuando en cuando, uno de ellos abría la puerta de la taberna, avanzaba en el muelle silencioso, miraba al mar y al volver decía: Nada, la Fleche no viene aún.
Pep, por un resto de veneración tradicional, toleraba silencioso este capricho de gran señor, pero iba a estallar de un momento a otro contra el hombre que perturbaba su vida.
»¿Quién ha roto este jarrón? »Carlos permaneció silencioso. »¿Quién ha roto este jarrón? repitió el Duque con voz imperiosa, levantando el bastón. »¡He sido yo! repuso tímidamente el generoso Carlos. »Disponíase el Duque a golpearle, cuando apareció Teobaldo.
El malestar y la tristeza de Velázquez iban creciendo. En cuanto Antoñico ponía el pie en la tienda quedaba silencioso y sombrío que daba grima mirarle.
Palabra del Dia
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