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Actualizado: 10 de julio de 2025
Dejaron esta cuestión y hablaron del recorrido que tenían que hacer. Este comenzaría yendo en el vaporcito la Fleche a Zumaya y siguiendo de aquí a Azpeitia, de Azpeitia a Tolosa y de Tolosa a Estella.
En Socoa, que es el puerto de San Juan de Luz, en una taberna de marineros, cuatro hombres, sentados en una mesa, charlaban. De cuando en cuando, uno de ellos abría la puerta de la taberna, avanzaba en el muelle silencioso, miraba al mar y al volver decía: Nada, la Fleche no viene aún.
Volvieron a meterse en la taberna los cuatro hombres, y poco después se unieron a ellos Manisch, el patrón del barco la Fleche, que al entrar se quitó el sudeste, y dos marineros más. ¿De manera que tú estás dispuesto a encargarte de ese asunto? preguntó Ospitalech a Martín. Sí. ¿Solo? Solo. Bueno, vamos a dormir. Por la mañana iremos a ver al principal y te dirá lo que se puede ganar.
Para no llevar la lista de todas las personas a quien tenían que ver y estar consultando a cada paso lo que podía comprometerles, Bautista, que tenía magnífica memoria, se la aprendió de corrido; cosieron las letras entre el cuero de las polainas y por la noche se embarcaron. Entraron en el vaporcito de la Fleche en Socoa y se echaron al mar.
Los marineros de la Fleche comenzaban a beber, y uno de ellos cantaba, entre gritos y patadas, la canción de Les matelot de la Belle Eugenie. Al día siguiente, muy temprano, se levantó Martín y con Ospitalech tomó el tren para Bayona. Fueron los dos a casa de un judío que se llamaba Levi-Alvarez.
Palabra del Dia
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