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Actualizado: 24 de julio de 2025
Eso sólo puede decirse á la salida de Deusto. ¡Suprimir el progreso porque trae algunas complicaciones!... Y aquel hombre siempre silencioso, habló lentamente, pero con gran energía. Era un admirador religioso del capital. Aresti conocía su entusiasmo frío y firme por el dinero, que, puesto en movimiento por los descubrimientos industriales, había revolucionado el mundo.
Si le injuriaban, perdonaría la injuria antes que venir a este infierno silencioso por un arrebato de su animalidad. El empleado le hizo subir una escalera, al término de la cual estaban las celdas de los niños.
Siguiendo el curso del arroyo, y sobre todo en las hondonadas, hay muchos álamos y otros árboles altos, que con las matas y yerbas, crean un intrincado laberinto y una sombría espesura. Mil plantas silvestres y olorosas crecen allí de un modo espontáneo, y por cierto que es difícil imaginar nada más esquivo, agreste y verdaderamente solitario, apacible y silencioso que aquellos lugares.
Grave y silencioso estuvo toda la noche, sin que los demás comensales pudieran comunicarle su alegría.
Goicochea, que no era hombre silencioso y creía faltar al respeto al primo de su principal permaneciendo callado, hablaba de aquellos lugares con cierto entusiasmo. Me gusta pasar por aquí, señor doctor, porque recuerdo mi juventud... los famosos días del sitio. Usted sería muy niño entonces, y ya no se acordará.
Pero los convidados de doña Manuela eran personas de buen diente. Sólo «las magistraditas» y «las perchas» de López comían con cierto dengue y lanzaban miradas escandalizadas cuando veían en sus copas dos dedos de vino; pero los demás tragaban de buena fe, y el ruido de sus mandíbulas parecía gritar en el silencioso comedor: «Aquí se come y se goza... y ruede la bola.»
Hizo el gasto de la conversación hablando casi sola, y no pudo hacer nada más de mi gusto, porque me agradan las mujeres de talento cuando no hay que tenerlo con ellas y cuando al placer de oírlas puedo unir el de permanecer silencioso.
El viejo conocía sus amores, pero no hablaba nunca de ellos al muchacho y a su hija. Los toleraba silencioso, con su gesto grave de padre a uso latino, seguro de su autoridad, convencido de que le bastaba un solo ademán para desbaratar todas las esperanzas de los enamorados.
Allí estaba Crainqueville, solitario y silencioso, sentado ante un vaso vacío, cuyo fondo contemplaba tristemente. También te convido á ti dijo la vieja . Hoy es un gran día. ¡La paz! ¿Qué dices tú de la paz? Crainqueville levantó los hombros. Luego, animado por la vista del nuevo vaso que le ofrecía su amiga, se dignó hablar.
Sucedió, pues, que al medio de la temporada el primer tramoyista contrajo matrimonio: era un hombre de unos treinta años de edad, feo, silencioso, sombrío, ojos negros hundidos, barba rala y erizada; inteligente con todo y amigo de cumplir con su deber.
Palabra del Dia
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