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Y Hans Keller, para ahogar su emoción, se sentaba al piano mientras Leonora, sugestionada, se aproximaba a él, rígida como una estatua, y con las manos perdidas en la áspera cabellera del músico, cantaba un fragmento de la inmortal Tetralogía. La adoración al gran muerto la convertía en una mujer nueva.

Pero de flores y de perlas hecho, Entraba Carlos á llamarme, y daba Luz á mis ojos, brazos á mi pecho. Tal vez, que de la mano me llevaba, Me tiraba del alma, y á la mesa Al lado de su madre me sentaba. Sin ver el maestresala diligente, Y el altar de la gula, cuyas gradas Viste el cristal y la dorada fuente;

El tuno de Simón llevaba del brazo á dos robustas muchachas, á las que juraba amor eterno, y entre las últimas filas descollaba la elevada estatura de Tristán, en cuyo ancho hombro se sentaba una chicuela pescadora de quince abriles, que un tanto asustada asía con ambas manos el casco del gigante.

El ha de aprobarlo; y sobre todo, aunque no lo apruebe. ¿Pues no se ha atrevido á decirnos esta mañana que su sobrino se enmendará? ¡Si está una viendo unos horrores! ... ¡Qué siglo, qué costumbres! ¡Hasta él...! Haz lo que quieras, Paz dijo Salomé, afectando mansedumbre y cierta postración, que ella creía sentaba muy bien en su nervioso cuerpo.

He aquí cuál era la disposición del teatro, pudiendo afirmarse que esta descripción así cuadra á los franceses como á todos los demás europeos de la misma época, ó por lo menos, ateniéndonos á testimonios fidedignos, á los de Inglaterra y Alemania . La escena se dividía en tres partes: en lo más alto del fondo había un tablado, que representaba el Cielo y el Paraíso, y en él se sentaba Dios y se colocaba el trono de la Santísima Trinidad, rodeado de ángeles y santos.

Su mirada y su sonrisa entusiasmaron á Miguel. Le vería en el club. Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al notar que el príncipe se sentaba á la mesa vestido de smoking lo mismo que ellos. El patrón no se queda en casa dijo Atilio al coronel . Va á la ópera, como nosotros. Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media noche.

Y ésta se cumplió también, y con más rigor todavía. Vieron, pues, los frailes que era digno el Prior de su fama y que sentaba la mano de firme por la cosa más leve. Tenía un modo de mandar, que imponía la obediencia; y si como superior era inflexible, como hombre debía ser un león.

Nadie sabía de qué vivía: suponíansele algunas rentas. Frecuentaba todos los salones de algún viso de la corte y se sentaba a las mesas mejor provistas. Sus títulos para ello eran los de pasar por hombre de animada y chispeante conversación, ingenioso y agradable.

Lucía se levantaba, se mostraba muy solícita para Ana, interrumpía a Juan melosamente. Salía como con despecho. Entraba como ya iracunda. Se sentaba, como si quisiera domarse. «Sol, ¿habrán puesto agua a los pájaros?». Y Sol fue, y habían puesto agua. «Sol, ¿habrán traído la leche fresca para Ana?». Y Sol fue, y habían traído la leche fresca para Ana.

Si alguna vez se inclinaban ambos para contemplar cualquier objeto y sus cabezas se tocaban, Amalia no separaba la suya, dejaba que el conde aspirase la fragancia de ella largo rato cual si tratase de envenenarle. Se preocupaba de sus trajes y le imponía sus gustos. No debía ponerse levita; el frac azul le sentaba admirablemente. ¿Por qué gastaba guantes oscuros?