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Después de mirarlas como si nunca en su vida hubiera visto luces, salió de la Terrible y subió hacia la Trascava. Antes de llegar a ella sintió pasos, detúvose, y al poco rato vio que por el sendero adelante venía con resuelto andar el señor de Celipín.

Tomaremos un mate y charlaremos». Don Salvador se levantó inmediatamente, hizo rodar la piedra en que se sentaba hasta cerca de , y sonriendo se sentó nuevamente. ¡Figúrese, Don Salvador, que hace tres días largos que ando entre los cerros, solo y sin desplegar los labios, porque los otros se quedan siempre atrás. Nosotros estamos acostumbrados, señor. ¿Era un bandido?

Y Azorín estaba tomando tranquilamente un refresco cuando ha visto que estos obreros se le acercaban y decían: Señor Azorín, nosotros le conocemos a usted... y desearíamos que nos dijese cuatro palabras. ¿Estos hombres quieren que Azorín les diga cuatro palabras? ¡Azorín, orador! Esto es enorme. Azorín ha protestado cortésmente; los obreros han insistido con no menos cortesía.

Este correo he recibido sin carta un nombramiento del Exmo. Señor D. Juan Josè de Vertiz, su fecha 21 de Diciembre de 1783; en el cual, despues de nombrarme S. E. comisario de la primera subdivision de la 2.ª partida, declara deberme suceder el teniente de la escolta D. Manuel Rosas; y á ambos el ingeniero D. Pedro Cerviño. Pero, como no se haga mencion en dicho nombramiento del teniente de navio D. Martin Boneo,

Un día en que el ayuda de cámara se atrevió á preguntar á su señor porqué le llamaba así, éste le respondió: "Por causa de los presentes de Artajerjes." Federico no comprendió mucho más y permaneció estupefacto. Y Roussel añadióBueno! No se caliente usted la cabeza: Hipócrates era un hombre incorruptible." Federico se dió por satisfecho y adquirió mucho mayor importancia á sus propios ojos.

Y ahora, señor de Clinton, continuó, tomando la rienda y montando ligeramente, no quiero separarme de vos sin deciros que os habéis conducido hoy como honrado caballero y sin daros las gracias. Sois joven y no os creo rico; quizás mi padre pueda serviros en vuestra carrera futura, cualquiera que sea.

Lo demás es polvo que el viento disipa. Elena al Padre Jalavieux. Estoy asistiendo a una bonita novela que espero terminará por una boda entre Luciana Grevillois y el señor Lautrec. Es visible lo que se gustan mutuamente y no me ocurre qué podría impedirles casarse. Luciana no tiene fortuna, pero creo que él tiene bastante para dos.

Corto es el capítulo que dedica a su estadía en París el señor Cané. Y es lástima. En esas breves páginas, hay dos o tres cuadros verdaderamente de mano maestra. Pero el autor ha sido demasiado parco: su pluma apenas se detiene: la Cámara, el Senado, la Academia: he ahí lo único que ha merecido su particular atención.

Un recibo de tres mil y doscientos doblones, por los tres mil. En buen hora. Pero... dijo el señor Melchor, que temblaba presintiendo las iras de su cónyuge. ¿Qué tenéis vos que ver en esto? dijo don Juan ; asunto concluído: extendamos los recibos. El señor Melchor se calló. El señor Longinos puso sobre el mostrador papel y tintero, y los respectivos recibos se extendieron dictándolos el platero.

El anciano vate le miró fijamente a los ojos durante unos momentos; luego alzando los hombros replicó suavemente: Me encuentro en una edad, señor Aldama, en que las rosas y los laureles que la benevolencia del público acumuló sobre mis sienes quieren escaparse de ellas temiendo la obscuridad de la tumba.