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Estremecíame el sonido de una voz humana ó de unos pasos: pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los mil rumores que surgen de los grandes bosques. Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á la entrada del primer desfiladero de la montaña.

Desde su afortunada fuga, reconstruyó el hombre su choza, cobijándola confiadamente en la base de otra roca desprendida del muro formidable. En más de un valle hay hacinamientos de piedras, las cuales forman desfiladeros por donde difícilmente se abren paso senderos y torrentes. Nada más curioso que el desorden de esas masas mezcladas en laberinto sin fin.

Pero no fue este contingente, ni por lo numeroso ni por el ruido que movían sus espelurciadas cabalgaduras en las callejas del lugar, lo que más llamó la atención en él, sino el otro contingente, el de los señores que fueron llegando a la casona por todos los senderos de los montes circundantes.

Marchaban de un modo absurdo, como si aborreciesen la línea recta, en zigzag, en curvas, en ángulos. Otros senderos no menos complicados partían de esta zanja, que era la avenida central de una inmensa urbe subterránea. Caminaban... caminaban. Transcurrió un cuarto de hora, media hora, una hora entera.

En vano suenan las campanas cada año anunciando que Cristo resucita... Resucita sólo para los que viven de su herencia. Los que sienten hambre de justicia y esperan miles de años la redención, saben que está bien muerto y que no volverá, como no vuelven las frías y veleidosas divinidades griegas. Los hombres, siguiéndole, no habían visto un horizonte nuevo: habían caminado por senderos conocidos.

Todavía encontró en los senderos de la vertiente del Pacífico á un arriero boliviano, con poncho rojo y sombrero de piel, que guiaba una fila de llamas, cada una con dos paquetes en los lomos. Venía huyendo de los huracanes de la altiplanicie. No pase dijo el indio . Créame y siga camino conmigo. Allá arriba es imposible que pueda vivir un cristiano.

Y todo aquello Luisa lo abandonaba sin pena, pensando sólo en los bosques, en los senderos cubiertos de nieve, en las montañas que se perdían de vista desde la aldea hasta Suiza y más lejos aún. ¡Ah! El maestro Juan Claudio tenía razón al exclamar: ¡Heimatshlos, heimatshlos! La golondrina no puede domesticarse; necesita el aire libre, el cielo inmenso, el movimiento incesante.

Al medio día la partida se alejó en la dirección marcada por el trazado de la vía férrea. Llegada la noche, Pateta y su compañero huyeron por los mismos senderos que a la mañana y con arreglo a las instrucciones de su compasiva salvadora, que encarándose con el madrileño dijo: Si no escapas, pues, tirarte tiros hasen.

Entre las masas de edificios vió el gigante abrirse floridos jardines, que á él le parecían no más grandes que un pañuelo, y en cuyos senderos se detenían las mujeres para levantar la vista, admirando la enorme cabeza que pasaba sobre los tejados.

Sus verdes ojos brillaban con reflejos metálicos como agudos puñales, y su boca, descolorida por la emoción, contraíase, lanzando, por la fuerza de la costumbre, por el instinto del esfuerzo, su grito de guerra, un ¡hojotoho! desgarrado, salvaje, que conmovió la calma del huerto, estremeciendo a las aves de corral, que corrieron asustadas por los senderos.