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Actualizado: 20 de julio de 2025
Todos menos Inés nos reunimos en la sala, y a poco entró el lúgubre cortejo, presidido por doña María, con una pompa y severa majestad que le habrían envidiado reinas y emperatrices. Profundo silencio reinó en la sala por un instante, mas rompiolo al fin, sin gastar tiempo en saludos, doña María, no pudiendo contener el volcán que bramaba dentro de las cavidades de su pecho.
No le sorprendió porque alguna vez lo había hecho, aunque muy rara. Pero sí quedó admirada de que hallándose aún en el comedor se presentase Escudero. Después de los saludos y de algunas palabras indiferentes, el tío de Tristán le manifestó, con emoción mal disimulada, que su sobrino había tenido un lance de honor aquella tarde y que había herido a su adversario.
Más allá la anchurosa ría del Lande, el vetusto pozo de piedra, la capilla de la Virgen y en la esplanada frente al convento el grupo de blancos hábitos, aquellos amigos de su adolescencia, que al verle detenido renovaron sus saludos. Dos lágrimas surcaron las mejillas de Roger, que suspiró profundamente y volvió á emprender su jornada.
La próxima vez, si volvemos á vernos, será en el Japón, en el Canadá, en el Cabo... Siga su rumbo, enamoradizo tiburón, y déjeme seguir el mío. Figúrese que somos dos barcos que se encuentran en una calma, se hacen señales, cambian saludos, se desean buena suerte, y después cada uno se aleja por su lado, tal vez para no volver á verse nunca. Ferragut movió la cabeza negativamente.
Esto es querer dar verdad á la mentira, con el fin de hacer de la mentira un ente amable. Así lo he sentido mil veces, y el sentimiento es el gran criterio del alma, el talento casi infalible del corazón. Yo deploro de todas veras que los españoles corrompan la expresion franca, majestuosa y solemne de sus saludos, aceptando el afeminado merci francés. ¿Cómo está usted? Bien ó mal.
La joven estaba resplandeciente de hermosura: todos se paraban, los cuellos se torcían, se suspendían las conversaciones, la seguían los ojos y doña Victorina recibía respetuosos saludos. Paulita Gomez lucía riquísima camisa y pañuelo de piña bordados, diferentes de los que se había puesto aquella mañana para ir á Sto. Domingo.
Las damas de los coches, por su parte, cruzaban entre sí saludos, señas y sonrisas, sin poder disimular un involuntario azoramiento, semejante al del chico descarado que se resuelve a hacer una travesura en las barbas mismas del maestro.
Tuvo que responder con graves saludos á las presentaciones que iba haciendo su sobrino, y estrechó la mano que le tendía el conde con aristocrática dejadez. Los enemigos le consideraban con benevolencia y cierta admiración al saber que era un millonario procedente de la tierra lejana donde los hombres se enriquecen rápidamente.
Porque eso sí, doña Marcela tiene poquísimo dinero, pero lo que es en punto a conducta, ni las lenguas más maldicientes, y no son pocas las de este lugar, se atreven a decir nada contra ella ni a empañar con ponzoñoso aliento el terso y limpio espejo de su fama.» Este era el contenido de la epístola, salvo los saludos y cumplimientos de costumbre que en obsequio de la brevedad se omiten.
Y, sin embargo, mucho más protectoras aún las miradas, las sonrisas y los saludos de su amable esposa e hijas. Era el juicio final. Los dos pimpollos vestían con pintoresca elegancia, y la mamá, a pesar de sus años, no les iba en zaga. Ni feas ni bonitas, pero majestuosas; con esa calma imponente que presta a los seres superiores la conciencia de su gloria.
Palabra del Dia
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