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Actualizado: 17 de junio de 2025


Azorín está ya casi convencido de todo lo que quieran convencerle; pero, sin embargo, acepta el libro. Este libro se titula El Deísmo refutado por mismo. El clérigo lo ha cogido del estante, lo ha sacudido golpeándolo contra la palma de la mano y se lo ha dado a Azorín. El cual lo ha tomado como quien toma algo importantísimo, y se ha quedado examinándolo por fuera gravemente.

No podemos dejarla así... deseamos ponerla sobre la cama... ¿Quiere usted? Pero él no contestó, ni pareció siquiera haber oído, y al ponerle la Baronesa una mano en el hombro, tembló como sacudido por una corriente magnética: su mirada extraviada, perdida, desconsolada expresaba una angustia tan pavorosa, que la locuaz señora se encontró por un momento con que le faltaban las palabras.

Su cuerpo hizo retemblar el piso; las monedas se esparcieron en derredor suyo; movió repetidas veces la cabeza, afectada, al parecer, de un profundo dolor interno; llevóse ambas manos al pecho, crispando los dedos, y al fin quedó quieta, sin más movimiento que las expansiones violentas de su pecho, sacudido por una respiración fuerte y ruidosa.

A la cama no se puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas En una silla está el baúl que le mandó en pascuas la abuela, lleno de almendras y de mazapanes: boca abajo está el baúl, como si lo hubieran sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; ¡eso es, de seguro, que las muñecas tenían hambre!

La hermana soltó una carcajada tan fresca, tan argentina, tan deliciosa, que yo, en vez de turbarme, me sentí sacudido con dulce y grata vibración y seguí cada vez más sofocado describiéndole con locas hipérboles la impresión que en mi causaba su hermosura.

Pero algunas cigarreras, mejor informadas, se echaron a reír: ¿dolor de muelas?, ¡ya baja! Era que su marido la solfeaba todas las noches, y ella, por tapar los tolondrones y cardenales, se empañicaba así; también una vez se presentó arrastrando la pierna derecha y diciendo que tenía reúma, y la reúma era un lapo atroz sacudido por él.

El vaporcito, ancho y profundo, de robusta chimenea, navegaba, sin embargo, como un pedazo de corcho a merced de las olas, sacudido, retorcido, zarandeado por encontradas fuerzas. A veces desaparecía su luz, como si se la hubiesen tragado las aguas, y tras largo eclipse volvía a aparecer más allá, donde nadie esperaba verla.

En la alta noche, cuando el monumental lecho de roble crujía sacudido por el convulso llanto del enfermo, murmuraba el triste: ¡Que si llorar!... ¡Hija mía, hija mía!... Después de aquellos primeros ocho días, la vida en Luzmela recobró su aspecto acostumbrado.

El P. Gil, sacudido por un estremecimiento de tristeza y compasión, comenzó a llorar. Gracias... gracias por esas lágrimas dijo el enfermo sonriendo. Al mismo tiempo dejó caer su mano, trasparente como la porcelana, sobre la del sacerdote y la apretó suavemente. Hubo un largo y triste silencio. El P. Gil, con la mirada extática, clavada en el balcón, meditaba.

Rogóle Tosilos le contase lo que le había sucedido, pero Sancho le respondió que era descortesía dejar que su amo le esperase; que otro día, si se encontrasen, habría lugar par ello. Y, levantándose, después de haberse sacudido el sayo y las migajas de las barbas, antecogió al rucio, y, diciendo ''a Dios'', dejó a Tosilos y alcanzó a su amo, que a la sombra de un árbol le estaba esperando.

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