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Actualizado: 16 de julio de 2025
«Sin tempestad, y sólo con el balance, soplando el viento directamente por la popa, una ola de través produce tan fuerte sacudida, que la campana del buque toca por sí sola, y si durase el balance con sus falsos movimientos, la embarcación sufriría averías y aun se iría á pique. «En los ácoros del banco de las Agujas añade d'Urville, las olas llegaban á la altura de ochenta y hasta cien pies.
Necesita tiempo para sentir y seguir la sacudida; es preciso que llame en su auxilio las aguas perezosas, que venza su fuerza de inercia, que atraiga, que arrastre las más lejanas. La rotación de la tierra, tan terriblemente rápida, muda de continuo los puntos sometidos á la atracción.
Presa de acerbo dolor sollozaba y me retorcía las manos murmurando: «Magdalena está perdida para mí y yo la amo...» Magdalena era cosa perdida para mí y yo la amaba. Una sacudida algo menos violenta quizás no me hubiese revelado más que a medias la extensión de aquella doble desventura, pero la presencia del señor De Nièvres hasta tal punto me impresionó, que de todo me di cuenta.
Tal como ahora le hallamos, todavía llamaba la atención por su fisonomía simpática y venerable, y por su figura atlética. Con la violencia de la tos, su temperamento sanguíneo experimentó una fuerte sacudida: el rostro se coloreó excesivamente. Cuando hubo cesado, tornó a coger el hilo del discurso.
Y sacudida desde los talones hasta la raíz de los cabellos por un miedo voluptuoso, dándose por vencida de antemano, creía adivinar el dulce peligro que avanzaba a sus espaldas.
Son los hijos de la pobreza y la ignorancia, pensó Lázaro; la ley de la Naturaleza es la vida; la ley del hombre es el dolor. Su alma sufrió una sacudida horrible: la trasformación que venía realizándose en su espíritu se completó en aquel momento, y la metamorfosis que convierte en amor al prójimo el feroz egoísmo de la fe, quedó cumplida.
Nada se oía sobre la endurecida nieve, más que el chocar de los zuecos de madera de las mujeres que llevaban a sus hijos de la mano y, de cuando en cuando, el ruido sordo y cavernoso del ataúd de encina, recibiendo una ligera sacudida, al cambiar de sitio sobre los hombros de los portadores que se relevaban a porfía bajo la carga para nosotros sagrada.
Con el rostro oculto y sacudida, por los sollozos, pronunciaba palabras incomprensibles; mientras su hijo repetía, asiéndola de los hombros: ¡Alzaos, madre; alzaos! ¿Qué os pasa? ¿Qué os hace llorar? Ella levantó por fin su empapado rostro, y después de un instante: Una gran desdicha respondió, la más grande, la más cruel que podía acaecerme: ¡tu olvido de Dios, Ramiro; tu perdición!
¿Un coche á estas horas? exclamó María con sorpresa. Antonio no dijo nada, pero quedó repentinamente serio. El ruido se fué aproximando. Á los pocos momentos vieron aparecer por el extremo de la calle una berlina de punto que pronto cruzó por delante de ellos. Antonio sufrió una fuerte sacudida y dijo con voz alterada: ¿Sabes quién va ahí? ¿Quién? Velázquez. ¡Calla, lioso!
Sentaos, Nancy... aquí... indicando una silla frente a él . He vuelto así que pude, para impedir que alguna otra persona os contara lo sucedido. He experimentado una gran sacudida, pero temo más lo que vais a sentir vos. ¿No se trata de mi padre o de Priscila? dijo Nancy con los labios trémulos y juntando sus manos con fuerza sobre las rodillas.
Palabra del Dia
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