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Le habían dicho que le estaban burlando, y dentro de pocas horas iba a verse entre la vida y la muerte, entre el amor y la traición. Así lo creía al menos. Cuando salió Pepe Vera de la alcoba de María, esta desgarró las guarniciones bordadas de las sábanas; riñó ásperamente a Marina, lloró; después se vistió, mandó recado a una compañera de teatro y se fue con ella a los toros.

Cuando regresé a mi alcoba me sentí calenturiento y me metí entre sábanas; pero sólo logré conciliar intranquilo y mil veces interrumpido sueño. Recuerdo que aquella noche fuí testigo de los episodios más sangrientos de la conquista de México.

Así lo hizo con más orgullo que vergüenza, y apartó las sábanas, dejando ver la carita sonrosada y los puños cerrados del tierno niño. «¡Cuidado que es bonitodijo Ballester inclinándose . Tiene a quien salir por una y otra banda. Dos horas hace que está tan dormidito. ¡Qué ángel! ¡Y si viera usted qué pillo es, y qué tragón! Viene determinado a darse buena vida.

¡Qué ajena estará María de que yo estiro ahora sus sábanas! exclamó Ricardo soltando una carcajada. Pues que lo son. A mamá y a ella les gustan muy finas y se las hacen de batista. A papá y a nos gustan más gruesas. Yo no puedo soportar las sábanas finas...; me deslizo dentro de ellas y no encuentro sitio.

Hacía muy poco que habían dado las tres y media, cuando ella, metida entre sábanas, oyó abrir la puerta de calle, con cautela de malhechor, y pasos apagados en el patio: era el niño que entraba. ¡A las tres y treinta y cinco de la mañana! Si todos hacen lo mismo, señora se atrevió a decir Agapo.

Sacó su mano de entre las sábanas para tomar la de ella, y recogiendo al punto las ideas que se habían dispersado, le dijo: «Fíjate bien en una cosa, y es que doña Lupe la de los Pavos, que es la persona de más entendimiento en toda esa familia, no se ha de llevar mal contigo, si tienes tacto. Lo que a doña Lupe le gusta es mangonear, dirigir la casa, y echárselas de consejera y maestra.

Duerme en sábanas negras, calza zapatos de gallego, sólo viste paño del peor, y cuando hay fiesta en casa se va a la de una vecina, huyendo de ruidos. ¡Ay, la Merivén! ¡Qué mardita bestia! ¡Y qué de tristezas trae!... Y al nombrar a la Muerte, a la terrible Merivén, hacía grotescos ademanes de espanto, como si la tuviese delante y quisiera apartarla con las manos.

Me revolqué mil veces entre las sábanas, presa de fatal desasosiego, de un terror que el silencio y la soledad hacían más cruel. Á cada instante esperaba oir aldabonazos en la puerta y los pasos de la policía en la escalera. Al amanecer, sin embargo, me rindió el sueño; mejor dicho, un pesado letargo, del cual me sacó la voz de mi hija.

Era una solución digna de su cabeza destornillada. Con estos comentarios fue desnudándose, y al apagar la luz experimentó entre las sábanas la voluptuosidad del que se ve solo después de haber sufrido una compañía enojosa. ¡Ah, las mujeres! ¡Lástima grande no poder vivir sin ellas!

Aquel animal trabajaba entre tanto a más y mejor. Si faltase él, ¿quién había de encargarse de toda la labor casera? Muy cascado iba estando el señor Rosendo, y la tullida a cada paso se hallaba mejor en su cama, y se extendía entre sábanas más voluptuosamente al ver el ademán de fatiga con que soltaba su marido el cilindro por las noches.