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Actualizado: 6 de junio de 2025


Se abrieron de golpe las persianas, lo que me permitió ver a Ruperto Henzar que, de espaldas a la ventana y tendiéndose a fondo, exclamó: ¡Para ti, Juan! ¡Y ahora te toca el turno, Miguel! ¡Acércate! Es decir, que Juan estaba allí, que había acudido probablemente en auxilio del Duque. Y en tal caso, ¿cómo había de abrir a tiempo la puerta del castillo?

En la parte nueva del castillo se veían algunas luces, y también risas y cantos, pareciéndome distinguir entre las voces la de Ruperto Henzar, a quien me figuré excitado por el vino. Descansé un momento, y orientándome pensé que si la descripción hecha por Juan era exacta, debía hallarme en aquel momento al pie de la ventana que buscaba.

Muertes que por cierto parecían muy próximas, que ocurrirían probablemente antes de que Sarto y los suyos llegasen a Tarlein. ¿No lo anunciaba así la risa triunfante de Ruperto? Permanecí algunos instantes anonadado, apoyándome contra la puerta.

Una casualidad providencial me hacía dueño de la situación. Aquellos cobardes no se atreverían conmigo más que con Ruperto; y en cuanto a éste, me bastaba alzar el brazo y de un disparo mandarlo al otro mundo a dar cuenta de sus crímenes. Ignoraba hasta mi presencia allí. Sin embargo, nada de eso hice. ¿Por qué? Nunca lo he sabido.

D. José Leide, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr. Coronel D. Miguel de Asenenaga, Comandante de milicias regladas de infantería; el Sr. D. Basilio Torrecillas, Alcalde de hermandad de la banda del norte en esta capital; el Sr. D. Ruperto Alvarellos, de este vecindario y comercio; el Sr. D. Juan Bautista Ituarte, vecino y del comercio; el Sr. D. Manuel Martínez, vecino y del comercio; el Sr.

¡Miguel! ¡Perro! ¡Vén si te atreves! gritaba Ruperto, avanzando un paso hacia el grupo de sus temblorosos enemigos. ¡Miguel! ¡bastardo! La respuesta se la dio el agudo grito de una mujer. ¡Muerto, Dios mío! ¡Ha muerto! ¡Muerto! vociferó Ruperto. ¡Ah, el golpe fue más certero de lo que yo creía! y lanzó una carcajada triunfante. ¡Abajo esas armas, vosotros! ¡Ahora soy vuestro amo! ¡Abajo, digo!

Había ya dado muerte a un hombre, de noche y traidoramente, y a otro más bien por suerte que por maña. Pero a pesar de ser Ruperto tan gran villano, me repugnaba la idea de unirme a la turba que lo amenazaba para matarlo. Quizás fuese esta la causa. Por otra parte, me fascinaba la curiosidad, el vivo deseo de presenciar el fin de aquella escena.

Federico halló primero mi caballo, tembló por mi suerte y me descubrió al fin, guiado por el grito con que yo había retado a Ruperto. Su gozo fue tan intenso como si de su propio hermano se tratara, y en su cariño y ansiedad por , desdeñó cosa tan importante como la muerte de Ruperto Henzar. Sin embargo, yo hubiera sentido no haberlo castigado por mi propia mano.

Sola Antonieta con el herido, procuró restañar la sangre, pero inútilmente; y habiendo expirado el Duque poco después, oyó ella las voces de reto de Ruperto y acudió a castigarlo y vengarse. A no me vio hasta que me lancé al foso, en persecución de nuestro común enemigo. En aquel instante entraron mis amigos en escena.

Escuché otra, vez; hubiera dado cuanto poseía por oír la voz de Sarto, porque me sentía débil, casi exánime y el bribón de Ruperto seguía suelto por el castillo. Pero comprendiendo que me sería más fácil defender la estrecha puerta situada en la parte superior de la escalera que la muy ancha que daba entrada a las celdas, subí los escalones casi arrastrándome y me detuve detrás de la puerta.

Palabra del Dia

rigoleto

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