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Actualizado: 23 de junio de 2025
Todo asalto practicado con escalas extrañas produciría ruidos que alarmarían a los moradores y les harían ponerse en defensa. El Capitán, que había visto ya varias de aquellas casas, dió una vuelta alrededor de los horcones que la sostenían, y encontró dos pértigas que llegaban hasta la primera plataforma, desde la cual advirtió que partían otras dos hasta la casa.
Al fuerte golpe siguió un grito de Bringas, mas tan agudo y doloroso, que Rosalía se quedó sin aliento, fría, parada... ¿Qué era? ¿Se había caído la bóveda y cogido debajo al mejor de los maridos? Pasado el breve estupor que tan insólitos ruidos le produjeron, Rosalía corrió hacia Gasparini, y allí, ¡Santo Dios!, vio un espectáculo incomprensible.
Estalló un aplauso ruidoso dentro del circo. En el patio se dieron órdenes con voz imperiosa. El primer toro acababa de morir. Abriéronse en el fondo del pasadizo de la puerta de Caballerizas las vallas que comunicaban con el redondel, y llegaron con más intensidad los ruidos de la muchedumbre y los ecos de la música.
Pero de repente sonó en las calles de Elizondo estrépito de caballería; llegaron muchos jinetes a la casa del párroco; se apearon y el jefe de ellos entró en la casa sin pedir permiso ni hacer caso del cura, que salió trinando y bufando a pedir cuenta de tan irreverentes ruidos. A pesar de esto, la calidad del personaje exigía que se pasase recado a Su Majestad.
¿Habéis oído nunca cosa semejante? dijo la señora Kimble riendo de muy buen humor por encima de su doble sotabarba, a la señora Crackenthorp, que parpadeaba de un ojo, meneaba la cabeza y tenía la amable intención de sonreír. Pero esta intención se perdió en ligeros rezongos y ruidos.
Sus uñas se retorcían alguna vez sobre el plomo o se quebraban sobre el vidrio; sus dedos sangraban, pero no hacía caso; si se detenía alguna vez, era para secarse la sangre, para escuchar los ruidos que podían venir de dentro y asegurarse de que Honorina continuaba durmiendo.
La victoria fué devolviendo lentamente á la capital su antiguo aspecto. Una calle desierta semanas antes se poblaba de transeuntes. Iban abriéndose las tiendas. Los vecinos, acostumbrados en sus casas á un silencio conventual, volvían á escuchar ruidos de instalación en el techo y debajo de sus pies.
Ana pasaba horas y más horas en la soledad de su caserón: a su lecho llegaban los ruidos lejanos de la calle apagados, como aprensión de los sentidos. Allá abajo, en la cocina, quedaba Servanda, y a veces Petra. Anselmo silbaba en el patio, acariciando un gato de Angola, su único amigo.
Pocas noches de mi vida recuerdo más serenas y más bellas. Era un portento de calma; no corría el menor viento y el silencio solemne sólo se interrumpía a momentos por uno de esos ruidos misteriosos y lejanos de la montaña, que el eco suave reviste del acento de una queja apagada. A pocos metros corría con imperceptible rumor un hilo de agua.
Recogió Batiste los manojos de pájaros, colgándolos de su faja, y con sólo dos saltos subió el ribazo, emprendiendo por las sendas el regreso á su barraca. El cielo, impregnado aún de la débil luz del crepúsculo, tenía un tono dulce de violeta; brillaban las estrellas, y en la inmensa huerta sonaban los mil ruidos de la vida campestre antes de extinguirse con la llegada de la noche.
Palabra del Dia
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