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Actualizado: 23 de junio de 2025


No muy lejos del tocador, una silla forrada de reps, sobre la cual descansaban hacinadas varias prendas de vestir, masculinas. Hasta el instante de dar comienzo esta verídica historia, nada más se veía. Esperemos. Suenan por la parte de afuera algunos ruidos matinales que dejan presumir el sitio en que nos hallamos.

En el patio inmediato a la capilla sonaban golpes de vara sobre el pellejo de los míseros caballos, reniegos, choque de herraduras y voces. «¿A quién le tocaNuevos picadores eran llamados a la plaza. A estos ruidos uniéronse otros más cercanos.

Todo esto, por supuesto, si Genoveva no había tenido la precaución de echar las cortinas a tiempo. Eran también las más silenciosas. Los ruidos de la casa no llegaban hasta ellas, y los de fuera, por la situación que ocupaban, era imposible que las turbaran.

Las tropas querían estar libres de impedimenta, para moverse con más agilidad, y la enviaban lejos por ferrocarriles y carreteras. Así debía ser. Y en los ruidos que persistieron durante toda la noche sólo quiso adivinar el paso de vehículos llenos de heridos, de municiones, de víveres, iguales á los que habían desfilado por la tarde.

De pronto, mujer, paisaje y fuente, se deshicieron como humo ingrávido, el espacio quedó vacío, y en la atmósfera desierta, pero alumbrada por un sol invisible, sonaron muchos ruidos diferentes que juntos simulaban un coro de mujeres burlonas.

Escuchaba por primera vez estos ruidos pavorosos, y aunque había leído en las crónicas antiguas muchas descripciones del estruendo de las armas inventadas por los hombres, nunca pudo suponerlo tal como era en la realidad. ¡Grandes dioses! gritó . ¡Son tiros! ¡Disparos de armas de fuego!... ¡Y suenan cerca de la Universidad!... Adivino lo que ocurre.

El sacristán y el acólito subiendo al retablo, hombreándose con la imagen de madera, colocando los cirios con simetría, consultando las leyes de la perspectiva, le parecían al cabo cómplices de no sabía qué engaño.... Además de todas estas aprensiones sacrílegas, tentación malsana del espíritu enfermo, causa de tanta lucha, sentía el tormento de la distracción; las oraciones comenzaban y no concluían; el estribillo de tal o cual piadosa leyenda llegaba a darle náuseas; la soledad se poblaba de mil imágenes, diablillos de la distracción; el silencio era enjambre de ruidos interiores.

El terreno era llano, el ambiente en calma, y los ruidos alcanzaban tan lejos en aquella estación del año que, aun después de haberle perdido de vista, continuábamos oyendo cada detonación de su escopeta y hasta el eco de su voz cuando azuzaba a sus perros o los llamaba.

Ante las iglesias, cuyas campanas tañían sin poder sofocar los ruidos de las calles, esperaban el fin de la novena las berlinas de las grandes damas con los caballos engallados y los cocheros cubiertos de largos impermeables.

Así, es evidente para , cuando me acuerdo, que el placer de poner trampas tendidas a lo largo de las enramadas, de espiar a los pájaros, no era lo que más me cautivaba en la caza; y lo prueba que el único testimonio un poco vivo que me queda de aquellas emboscadas continuas es la visión neta de ciertos lugares, la noción exacta de la hora y de la estación y hasta la percepción de ciertos ruidos.

Palabra del Dia

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