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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Solamente el viento, que casi nunca dejaba de soplar fuerte en la torre, producía ruidos extraños, sobre todo por la noche, suspirando unas veces, riñendo otras y lamentándose constantemente de que le tuviesen herméticamente cerradas las ventanas.

Navegamos por un golfo poco conocido y que abunda en escollos coralíferos. Entregó la cuerda de la vela al joven pescador chino y, a pesar de las sacudidas furiosas que sufría la chalupa, se acercó a Cornelio. Miró ante ; pero sólo vió olas monstruosas. Aguzando el oído, percibió distintamente ciertos ruidos bien diferentes a los que producen las olas en medio del mar.

Y sin embargo, esos ruidos eran ahogados por el grande ¡oh! ¡oh! ¡Tal era la inmensidad, el poder, lo espantoso de esto! El viento nos parecía secundario, si bien lograba hacer penetrar la lluvia.

El ruido de las mil voces no es más que un débil zumbido, sobre el cual descuella solamente, con notas agudas, la algazara de los caballitos de madera; y cuando la orquesta del baile, que se ha callado por un tiempo, empieza a tocar otra vez, ahoga los demás ruidos con el estallido penetrante de sus cornetines.

La brisa se dormía y el silbido de los sapos llenaba el campo de perezosa tristeza, como cántico de un culto fatalista y resignado. Los ruidos de la ciudad alta llegaban apagados y con intermitencias de silencio profundo. En la Colonia, más cercana, todo callaba.

Ana oía vagamente los ruidos de la cocina donde Pedro disponía con voces de mando los preparativos de la comida; el rumor de los surtidores del patio y las carcajadas y gritos de su marido, de Visita, de Edelmira y de Paco, que iban y venían por las escaleras, por los corredores, por la huerta, por toda la casa. No había visto al Provisor entrar.

Atento á todos los ruidos, á todos los movimientos, dirige con su caña el anzuelo por el fondo ó lo sube un poco, según le aconsejan los elementos de la naturaleza que le rodea. Estando tan bien acompañado ¿qué le importan los profanos? Ni se digna dirigirles una sola mirada, dedicado completamente á vigilar al pez en su madriguera.

A la mañana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscú se presentó con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de Física, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos días antes, le había fabricado un aparato para que Gillespie pudiese escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios en la vida de los pigmeos.

Mas a la sazón no podía entender una sola línea del filósofo, y sólo oía los tristes ruidos exteriores, el quejido constante de la presa, el gemir del viento en los árboles. Su acalorada fantasía le fingió entre aquellos rumores quejumbrosos otro más lamentable aún, porque era personal: un grito humano. ¡Qué disparatada idea! No hizo caso y siguió leyendo.

Los capítulos que en ella se estipularon y juraron se hicieron saber á la ciudad de Córdoba á 1.º de febrero, y existen en el Archivo, caj. I, leg. 10, núm 391. Véase la pág. 177. La imprudencia de un predicador de gran fama, cual era el P. Presentado Fr. Cristóbal de Torres, habia dado ocasion en el año de 1614 á grandes ruidos y escándalos que despues trascendieron por todo el reino.

Palabra del Dia

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