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Actualizado: 5 de julio de 2025
Desde una hora antes pasaban por el aire pavorosos rugidos envueltos en vapores amarillentos, jirones de nube que parecían llevar en su interior una rueda chirríando con frenético volteo. Eran los proyectiles de la artillería gruesa germánica, que tiraba á varios kilómetros, enviando sus disparos por encima del castillo. No podía ser esto lo que interesaba á los oficiales.
Poseído nuevamente de furor, al sentir que se levantaba, se arrojó sobre ella, clavándole la zarpa en los brazos, y manifestando con rugidos, más que con voces, su ardiente anhelo de tenerla en su compañía. «Mí queriendo ti... Matar mí, ajogar mismo yo en río, si tú no venier mí...
Así que refrescaba el viento, las cabezas medio sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y corrientes.
De pronto el órgano sofocó sus quejas con variadas modulaciones, ya acentos dulces, ya rugidos estentóreos: unos instantes aquello era regalo del oído, otros estruendo ensordecedor, hasta que de improviso las notas parecían quedar flotando en el aire, como aves perdidas, cuyo graznido desapacible continuaba imitando la canturía ronca de algún cura falto de aliento.
Algunos discípulos de la Universidad jesuítica, pareciéndoles estas aclamaciones demasiado vulgares, daban vivas á la Unidad Católica, y los aldeanos los contestaban con rugidos de entusiasmo, sin entender lo que aquello significaba, pero adivinando que debía ser algo contra los impíos de la odiada Bilbao. Aresti vió pasar á la mujer y la hija de Sánchez Morueta.
Cuando llegó a narrarle ciertos odiosos y terribles pormenores, el conde principió a dar vueltas por la estancia como fiera enjaulada, a mesarse los cabellos, a arañarse la cara, lanzando rugidos de coraje. Al quedarse solo, mil ideas, todas desatinadas, se le atropellaron en la mente.
El domador se detuvo un momento y se oyeron en el interior de la barraca terribles rugidos, y como contestándolos, el ladrar feroz de una docena de perros. El público quedó aterrorizado. En el desierto...
Oyó rugidos de agonía, gritos, carreras precipitadas en el techo. Tal vez el obús, con su furia ciega, había despedazado á muchos de los moribundos que ocupaban los salones. Temió quedar enterrado en su refugio, y subió á saltos la escalera de los subterráneos. Al pasar por el piso bajo vió el cielo á través de los techos rotos.
Pues la culpa la tienen esos armatostes, con sus humaredas y sus rugidos. Ante ellos van desapareciendo poco á poco los arqueros de la buena escuela. Y es maravilla que tan gentil guerrero como nuestro príncipe lleve consigo esas sucias máquinas, que ojalá revienten todas con mil demonios. Para arqueros de primer orden algunos que teníamos en el sitio de Calais, observó Simón.
Amenazaban, rugían; pero los dichosos, sumidos en dulce sueño, no podían oír sus amenazas y sus rugidos.
Palabra del Dia
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