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Actualizado: 5 de julio de 2025


Miraba a aquel hombrecillo ya caduco con sus largas melenas grises que había pasado cincuenta años describiendo los ojos de las odaliscas y el galope de los caballos, los rugidos de la mar, el vuelo de las mariposas. ¿Y esto es un gran poeta? se preguntaba con un bufido desdeñoso. En un punto pasó de la admiración al desprecio.

¡Mi hija!... mientes.... Corro a ver.... Diciendo esto con entrecortados rugidos, Maricadalso saltó de su asiento, como azorado gato, y salió a escape. Oyéronse sus violentes pasos extinguiéndose en la escalera, como se apaga el ruido de la piedra que chocando y rebotando se precipita en el abismo.

Una espuma burbujeante asomó a las comisuras de los labios, con sordos rugidos. El cuerpo se contraía y dilataba, doblándose como un arco, mientras la cabeza y los pies se hundían en las desordenadas ropas del lecho. Isidro corría como un loco por la habitación. Después abrió la ventana. ¡Socorro!...-gritó . ¡Teodora!... ¡señora Teodora! Nadie le oía.

Nada tenía esto de particular, y es lo más usual cuando no se tiene el viento por la popa; pero he aquí que a Rosario, la amiga de la señorita de Mory, se le mete en la cabeza de pronto que aquel cambio de motor náutico significa peligro inminente de naufragio, el cual se le representa a la imaginación con todos los horrores de que suele venir rodeado en las novelas por entregas: la densidad espesa de la noche, las olas elevándose como montañas a los cielos, los gritos de los náufragos mezclándose a los rugidos de la mar, etcétera.

EL CAMPESINO. ¿Con un cañón, compadre? EL MARINO. No, compadre, a mano; y entonces todo se hundió como por encanto, entre los rugidos de los demonios. UN CABALLERO. Pero, señor marino, ¿cómo se ha dejado prender el gitano en el convento si estaba dotado de ese poder infernal? EL MARINO. Precisamente porque estaba en un lugar sagrado. LA MULTITUD. ¡Claro! ¿Quién se atreve a dudarlo?

Cuando lanzó el Taal la furia de sus fraguas brotaron de sus cráteres tus impetuosas aguas, y sobre sus burbujas tenues borlas de enaguas se arrastraron las casas cual débiles piraguas. Tus hermosas cascadas, al caer espumantes, engarzan en el aire millones de diamantes, y en las noches parecen sus rugidos vibrantes monótonos quejidos de fantasmas errantes. ¡Madre, madre laguna!

Todas las baterías francesas habían abierto el fuego. La montaña tronaba incesantemente: se sucedían los rugidos de los proyectiles; el horizonte, todavía silencioso, se iba erizando de negras columnas salomónicas. Los dos reconocieron que se estaba muy bien en este refugio, semejante á un palco de teatro... Alguien tocó en un hombro á Lacour.

Luego tiró de él, metiéndose matorrales adentro, con un esfuerzo alegre y extraordinario al adivinar por la resistencia de la cuerda que el lazo había hecho presa. Fué tan bárbaro su gozo, que tiró con ambas manos, lanzando rugidos de dolor por el desgarramiento que sentía en su hombro herido.

De vez en cuando cesaba y una voz lanzaba al aire alguna copla indecente, que era celebrada con rugidos de alegría, creciendo tanto y tanto la algazara, que el mundo se venía abajo. El teniente Rubio, siempre original, trepó por las cornisas de la capilla de San Fructuoso, situada casi enfrente de la casa de Estrada-Rosa, y comenzó a repicar la campana.

En la atmósfera ardiente y cargada de humo, los consumidores cantaban y gritaban agitando pequeñas banderas. Todos los himnos pasados y presentes eran entonados á coro, con acompañamiento de copas y platillos. El público, algo cosmopolita, revistaba las naciones de Europa para saludarlas con sus rugidos de entusiasmo.

Palabra del Dia

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