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Unicamente el rostro acusa cierto cansancio, por haber estado expuesto durante un cuarto de siglo a la admiración de los hombres y al menosprecio de las mujeres. Los ojos, azules, muy tiernos, tienen lo que llaman los poetas «pata de gallo». Sus cabellos, que eran naturalmente rubios, siguen siendo rubios, aunque menos naturalmente.

Unas quintillas de Fray Luis de León comenzaban así: Si quieres, como algún día, alabar rubios cabellos, alaba los de María, más dorados y más bellos que el sol claro al mediodía.

Por el indio Quaiquil supe igualmente, y añadió los habia visto: eran corpulentos, blancos y rubios; que la entrada en la isla es por una garganta corta de tierra, que tiene un foso, muralla, puente levadizo, y muchas embarcaciones: que usan espada y lanza, tienen artilleria, lienzos y plata, y mucho ganado mayor y menor.

Un modesto pañolito de seda negra cubría también, al uso del lugar, su espalda y su pecho, y en la cabeza no ostentaba tocado, ni flor, ni joya, ni más adorno que el de sus propios cabellos rubios. En la única cosa que note por parte de Pepita cierto esmero, en que se apartaba de los usos aldeanos, era en llevar guantes.

De estas relaciones, que habían durado un año, sólo guardó Jaime el recuerdo de una felicidad agrandada y embellecida por el paso del tiempo y un mechón de cabellos rubios.

Las dos hermanas guardaban bastante semejanza; los mismos ojos de un azul claro, nada bellos, el mismo color de tez y los mismos cabellos rubios cenicientos. Ramoncita, no obstante, estaba muy ajada y representaba bien unos treinta años, mientras Pepita no pasaría de veinte. Venga usted acá me dijo ésta. Voy a presentarle a mi otra hermana... ¡Joaquinita!... ¡Joaquinita! comenzó a llamar.

En cuanto a Luisa, la hija de los heimatshlos, era una muchacha esbelta, fina, de afiladas y delicadas manos, de ojos de un azul celeste y tan dulces que penetraban hasta el fondo del alma de quien los veía; su tez era blanca como la nieve; sus cabellos, rubios como el oro, tan suaves como la seda, y los hombros, oblicuos como los de una virgen en oración.

La Ròcha, que así apodaban á la vaca por sus rubios pelos, mugía dulcemente, estremeciéndose bajo una gualdrapa de arpillera, herida por el fresco de la mañana, volviendo sus ojos húmedos hacia la barraca, que se quedaba atrás, con su establo negro, de ambiente pesado, en cuya paja olorosa pensaba con la voluptuosidad del sueño no satisfecho. Pepeta la arreaba con su vara.

Se puso en pie, llegó donde estaba Pepita y la levantó entre sus brazos, estrechándola contra su corazón, apartando blandamente de su cara los rubios rizos que en desorden caían sobre ella, y cubriéndola de apasionados besos. Alma mía dijo por último don Luis , vida de mi alma, prenda querida de mi corazón, luz de mis ojos, levanta la abatida frente y no te prosternes más delante de .

Y al contemplar aquella lozana vegetación, tan caprichosamente distribuída como no pudiera imaginárselo el más diestro jardinero, exclamó, hasta con fe en las palabras del poeta: «Oh driades de amor hermoso nido, dulces y graciosísimas doncellas, que á la tarde salís de lo escondido, con los cabellos rubios, que las bellas espaldas dejan de oro cobijadas....»