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Actualizado: 27 de octubre de 2025
EL SACERDOTE. Debe usted sufrir mucho... apóyese en mí. ¡Ay! ya estamos bien cerca de... EL GITANO. Del término de nuestro viaje, es cierto. MUCHAS VOCES. ¡Muera el perro! ¡muera! ¡Que le partan en pedazos! EL GITANO. Cómo gritan... EL SACERDOTE. Sí, pero piense usted... EL GITANO. ¡En la muerte! ¡Para qué! ahí está el amigo del chaleco rojo que ya piensa por mí.
Algunos pescados, algunos pavos, la tradicional ensalada de frutas, a las que da color el rojo betabel, algunos dulces, un puding hecho con harina de trigo, de maíz y pasas, y todo acompañado con el famoso y blanco pan del pueblo, he ahí lo que constituyó ese banquete, tan variado en otras partes.
Pisanos, venecianos y genoveses, aprovechadores de la brújula inventada por los árabes, iban en busca de los productos del Asia siguiendo el mar Rojo o cruzando el mar Caspio. Osados aventureros escribían con espíritu romanesco el relato de sus largos años de aventuras, y los viajes de Marco Polo y Nicolás Conti interesaban como un libro de caballerías.
Es esa una de las regiones más privilegiadas de Colombia para el cultivo del café, cuyo grano rojo, destacándose de entre el verde follaje de los extensos cafetales que nos rodeaban, daba animación al paisaje. El café de Guaduas, como el de otros puntos de Colombia igualmente reputados, es infinitamente superior a las marcas mejor cotizadas en el comercio.
Un gran charco coagulado ante la chimenea anunciaba que la desgraciada se había herido allí. Un reguero de un rojo obscuro demostraba que había tenido fuerzas para arrastrarse hasta la cama. La criada, que había llamado a la justicia y alarmado al vecindario, ya no gritaba. Acurrucada en un rincón, con los ojos fijos en el cadáver de su ama, miraba ir y venir a toda aquella gente maquinalmente.
Recogió Gallardo muleta y estoque, arregló cuidadosamente el trapo rojo, y otra vez fue a colocarse ante la cabeza de la fiera, pero con menos serenidad, dominado por una cólera homicida, por el deseo de matar cuanto antes a aquel animal que le había hecho huir a la vista de miles de admiradores.
Unas algas eran verdes, nutridas por el agua luminosa de la superficie; otras tenían el color rojo de las profundidades, adonde llegan mortecinos y enfriados los últimos rayos del sol. Como frutos de la pradera oceánica, flotaban apretados racimos de uvas obscuras, cápsulas coriáceas repletas de agua salobre.
El corazón me dio un vuelco, y las piernas me flaquearon. Llegaba el momento crítico que había de resolver mi suerte. Haciendo un esfuerzo sobre mí mismo, acerqueme sonriente a las jóvenes. Debía de estar o muy rojo o muy pálido. Isabel no me dejó pronunciar una palabra. Si me hubiese dejado, no sé si hubiera sido capaz de hacerlo.
Pues que me dispense, pero tiene un color muy feo... Verá usted, voy a ponerle otro más bonito. Y diciendo y haciendo, fue derecha a uno de los floreros del salón y, después de escoger algún tiempo, sacó un magnífico clavel rojo.
La de más edad era alta, gruesa, con el pelo teñido de un rojo de llama y las carnes algo flácidas. Sus ojos verdes tenían un brillo imperioso; sus movimientos eran resueltos y varoniles.
Palabra del Dia
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