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Actualizado: 10 de junio de 2025
Déjame primero compartir tus trabajos y después tu triunfo. SIDARTA. No puede ser. Debo partir solo. GOPA. Mi corazón se deshace de dolor; pero me resigno devotamente. ¿Y cuándo, bien mío, ha de ser tu partida? SIDARTA. En el instante, ¡oh hermosa nieta de Iksvacú! Estamos en la mitad de la noche. Mira al claro cielo. ¿Ves aquella luz que brilla en Oriente?
Todo eso, aunque no lo quisiera decir aquel gesto, entendió la Regenta; y se resignó a habérselas otra vez con Mesía sin el amparo del Provisor. No hablaron más. Se detuvo el carruaje; el Magistral se levantó y saludó a las damas. La Regenta le sonrió como hubiera sonreído muchas veces a su madre si la hubiera conocido.
De aguja apenas sabía Amparo nada. La madre se resignó con la esperanza de colocarla en la Fábrica. «Que trabaje decía como yo trabajé». Y al murmurar esta sentencia suspiraba, recordando treinta años de incesante afán. Ahora su carne y sus molidos huesos se tendían gustosamente en la cama, donde reposaba tumbada panza arriba ínterin sudaban otros para mantenerla. ¡Que sudasen!
No dudes que conviene lo que hago. Cállate, por Dios. Ten paciencia. Mira y observa sin hablar. Cállate. Oigo ruido. Nuestro hombre ha entrado en casa. Ya sube por la escalera. ¡Chitón! Si él sospecha que hay alguien aquí, darás un escándalo y harás una tontería. Doña Inés se resignó y se calló. Pocos segundos después entró don Andrés Rubio en la sala.
Así transcurrieron dos semanas, de beneficioso resultado para su bolsillo y de triste incertidumbre para don Juan, quien al cabo determinó escribir a su adorada; de lo que se originó nueva cita con Julia en la Plaza Mayor, y nueva carta, que a la letra decía estas palabras: «Cristeta de mi alma: Ha pasado qué sé yo cuánto tiempo desde que nos vimos; no tengo ya ninguna esperanza y, sin embargo, no me resigno a perderte. ¿Dejarás que me marche de Madrid?
Yo también soy aprendiz filósofo. Tú eres un celebro vulgar. Me resigno. Ahora explícanos lo de las cuatro paredes. Eso es el ecuménico. ¿En dónde estamos? En una habitación. ¿Qué es esta habitación? Un cuadrado. ¿Y qué es este cuadrado? Un círculo: el Círculo republicano. La cuadratura del círculo. Por eso la república es el ecuménico.
Encirnún se resignó desde luego a fracaso tan grande, como debe hacerlo todo esclavo que cae por su culpa en situación tan triste; pero, o yo me equivoco mucho, o esta muchacha ha de volver loco al noble Najum-Hasam, el genio que con el Alafrit guarda los tesoros, y no será extraño que de esclava se convierta en Reina de las Hadas.
Los ímpetus salvajes, las convulsiones violentas, volvieron entonces a asaltarlo; pero ¡cosa extraña! no se apoderaron inmediatamente de su alma, cuya capacidad sentimental pudo probarse y medirse por esto; que supo refrenarse y se resignó a la idea de que su esposa del corazón estaba en brazos de otro.
Sabe Dios que daría cualquier cosa por que me infundiesen algo de su aptitud, aunque no fuera sino para salir airoso en la ocasión presente; pero como esto no puede ser, me resigno, y queda circunscrito el compromiso a la primera parte tan sólo de lo ofrecido, es decir, que no tengo ya más obligación que hablar un poco de cómo y cuándo se escribieron estas páginas.
Todo eso está muy bueno; pero ¿qué quieres? yo no me resigno a que te vayas así y a que cargues con esa responsabilidad. ¿Que me vaya cómo? Pero dime, Melchor, ¿cuánto tiempo vas a faltar de aquí? dijo la señora quitándose los anteojos con que cosía. Dos o tres meses. ¡Qué! Eso no lo sabes y aunque así fuera, tú también tienes obligaciones a que «antes» no habrías faltado. ¡Si no voy a faltar!
Palabra del Dia
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