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Actualizado: 9 de junio de 2025


D. Agustín Durán poseía un cuaderno autógrafo de Lope, que contiene escritos suyos diversos, y entre ellos algunas poesías líricas inéditas. Muchos de sus renglones aparecen rayados con innumerables enmiendas y adiciones. Es notable el plan de una comedia La palabra vengada, algo detallado, que se encuentra también en este cuaderno.

Sus ojos deseaban y temían encontrar las cosas; fijáronse en un paquete de cartas, recorrieron con sobresalto algunos renglones, y se apartaron con horror como de un espectáculo de oprobio. «Se quemará todo esto» dijo poniendo a un lado el paquete execrable. Después halló un pliego en que estaba empezada una carta.

Quevedo había hecho llegar, valiéndose de frases hinchadas y misteriosas para obligar á los ciados, una carta al duque de Lerma, una carta que sólo contenía estos tres renglones: «Excelentísimo señor: Tengo en mis manos el cuchillo que puede cortaros la cabeza; pero yo os daré este cuchillo si me dais licencia para hablaros. Francisco de Quevedo

La lectura de los primeros renglones le alarmó: luego se puso pálido, comenzaron a temblarle las manos, nubláronsele los ojos, como si a despecho de la entereza varonil quisieran brotar las lágrimas, y por último, dejándose caer sobre una butaca, alargó el papel a su amigo, mientras decía entre sollozos: Entérate. ¡Pobre Felisa mía! Pepe leyó en voz alta.

Melchor quedó un largo rato con la cabeza apoyada en la mano izquierda contemplando la carta que conservó en la derecha, mirándola con los ojos desmesuramente abiertos, como si pretendiera ver algo más allá de aquellos renglones trazados por la mano de su madre idolatrada, hasta que de pronto la llevó a sus labios y la besó...

Pero apenas hubo pasado los ojos por algunos renglones, detuvo su lectura. Tropezó con el nombre de Freya Talberg. Este abogado había sido su defensor ante el Consejo de guerra. Se apresuró á guardar la carta, dominando su impaciencia. Sintió la necesidad de silencioso apartamiento y soledad absoluta que experimenta un lector apasionado al adquirir un libro nuevo.

En ningún capítulo de los Apuntes que me sirven de guía en este relato hay mayores despilfarros inútiles de tiempo y de imaginación, que en el que la redactora da cuenta del viaje proyectado algunos renglones más atrás. Es, en su mayor parte, un verdadero artículo de Revista, escrito, por una observadora tan impresionable como inexperta, a través de sus debilidades de sexo y de sus preocupaciones demasiado subjetivas.

Habla con unos oficiales ingleses que van á embarcarse en Brindis; les lee la última carta de esperanza. Los cortos espacios de silencio traen hasta mi, caprichosamente, algunos renglones, como pedazos de papel arrastrados por el huracán: «Papá: cuando termine la guerra....» Alguien ha anonadado con su presencia á los que ocupamos el resto del vagón.

Diose al fin por satisfecha de sus ensayos, y con los renglones de cadeneta y la letra de patitas de mosca, que no tenía con la suya ordinaria el más remoto punto de contacto, púsose a escribir una carta, en un pliego de papel sencillo, sin timbre ni inicial alguna. La carta no fue larga, y en el sobre decía: EXCMO. SR. GOBERNADOR CIVIL DE Madrid

Abrió un libro devoto y lo volvió á cerrar sin haber leído cuatro renglones: empezó una carta, y apenas hubo puesto delante de el papel y mojado la pluma en el ancho canjilón de loza que le servía de tintero, desistió de su idea y comenzó á recorrer la celda agitado y nervioso, como tigre enjaulado. Mala cara tenía entonces: más bien qué superior de una orden monástica, parecía un facineroso.

Palabra del Dia

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