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Actualizado: 12 de junio de 2025
Pero vi muy bien que todavía yo no le imponía. ¡Maravilloso, chica! dijo él, y nada más. En seguida me dio un golpecito paternal en el hombro y se recostó perezosamente en el césped. Los rayos de sol que pasaban a través de las ramas, relucían en su barba: me pareció un gigante en reposo, semejante a los que nos pintan las leyendas del Norte.
Fulguraban sus ojos como dos puñales; relucían como dos soles. El vicario callaba y la miraba casi con terror. Ella recorrió la sala a grandes pasos. No parecía ya tímida gacela, sino iracunda leona.
Los machetes relucían al caer sobre la tapa de los cajones; el cuero de las maletas abríase rasgado por innumerables puñales, y bajo el cobertizo los dos cosacos batíanse como héroes. A la luz de la luna, veía alrededor del barracón agitar teas.
Los palos seguían en alto, relucían las navajas en los grupos, pero nadie se aproximaba á Batiste, y éste retrocedió lentamente de espaldas, enarbolando el ensangrentado taburete. Así salió de la plazoleta, mirando con ojos de reto al grupo que rodeaba al caído Pimentó. Eran todos gente brava, pero parecían dominados por la fuerza de este hombre.
Como brillaban las lentejuelas de algunos abanicos, así relucían los conceptos uno tras otro... El verano se anticipaba aquel año y sería muy cruel... Los generales habían llegado a Canarias... Prim estaba en Vichy... La Reina iría a la Granja y después a Lequeitio... Se empezaban a llevar las colas algo recogidas, y para baños las colas estaban ya proscritas... González Bravo estaba malo del estómago... Cabrera había ido a ver al Niño terso...
Cubríale la cabeza un gorro de terciopelo negro, raído; la sotana bordada de zurcidos, pardeaba de puro vieja, y las mangas de la chaqueta que vestía debajo de la sotana relucían con el brillo triste del paño muy rozado.
Sus cabellos relucían como oro candente, suponiéndose que se los adobaba y doraba con cierta loción cosmética de muy pocos conocida, y usada también por la famosa Lucrecia Borgia, Duquesa de Ferrara.
Descendió don Pablo, de un gran landó, dando su mano a un sacerdote grueso, de cara sonrosada, con hábitos de seda que relucían al sol. Luego que se convenció de que el acompañante había descendido sin ningún contratiempo, atendió a su madre y a su esposa, que bajaron del carruaje vestidas de negro, con la mantilla sobre los ojos.
Á corta distancia de él iban mil doscientos caballeros ingleses, cuyos almetes, petos y armas relucían al sol, formando deslumbrador escuadrón, escoltado por Lord Audley en persona con sus seiscientos arqueros y los cuatro renombrados escuderos que tamaña gloria conquistaran en Poitiers.
Y mirando en torno de él, abarcaba en sus ojos el magnífico edificio y las avenidas del jardín, con sus altas arboledas, sus arriates en los que comenzaban á asomar las primeras flores, y allá en el fondo, el invernadero, cuyos cristales, bañados por el sol poniente, relucían como placas de oro.
Palabra del Dia
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