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Actualizado: 17 de julio de 2025


La miró Julio, pasmado en medio de un quejido, y bajando los ojos, desde los serenos de la niña hasta la limosna refrigerante del agua, bebió ansioso y dejó de quejarse. Carmen, llena de misericordia, se sentó callandito cerca de la cama, y allí se estuvo con las manos cruzadas sobre el regazo, con una blanda actitud de meditación y de tristeza....

Una de las manos, prodigio de finura, descansaba en el regazo; la otra pendía fuera de la butaca. El fuego la envolvió también en una mirada larga que prestó á su rostro mayor trasparencia. El conde de Trevia vino silenciosamente á sentarse en la otra butaca y quedó mirándola fijamente. El aya no apartó los ojos de la lumbre. Ya estoy aquí dijo con impaciencia al cabo de un rato de contemplación.

Al comenzar el invierno de aquel año, la madre, ansiosa de ver a su hijo en el regazo de la Iglesia, resolvió apresurar sus estudios para enviarle, en cuanto fuera posible, al «Colegio del Arzobispo», en Salamanca.

Carmencita tendió por su rostro una sonrisa llena de lágrimas. La vieja, angustiada, le acarició las manos, y al punto exclamó: ¡Qué frío tienes!... ¿No llevas bastante abrigo? ¿Estás también enferma? La acogió en su regazo como para darla calor, y comenzó a besarla. Carmen rompió a llorar con espasmo anhelante.

La niña meneó la cabeza, apartándose del regazo de su madre, y procurando dominar su aflicción, como si se aprestase a una batalla, dijo resueltamente: Y, además... yo no puedo irme de aquí. No, no puedo. Pero ¿por qué?... Si eres ya una mujer y aquí están sólo las niñas... Y las mujeres también... ¡Pero, hija, por Dios! ¿Dónde están esas mujeres?... Las Madres son mujeres.

Así era, como aquella música: dulce, tranquila, sentimiento serio, fuerte a su modo, pero mesurado, suave, amigo de la conciencia satisfecha, amando el amor dentro del orden de la vida; como se suceden las estaciones sin rebelarse, como corren la noche y el día uno tras otro, como todo en el mundo obedece a su ley, sin perder su encanto, su vigor; así amar, siempre amar, bajo la sonrisa de Dios invisible, que sonríe con el pabellón de los cielos, con el rozarse de las nubes y el titilar de las estrellas!». «Mi Serafina, mi mujer según el espíritu, recuerdo de mi madre según la voz; porque tu canto, sin decir nada de eso, me habla a de un hogar tranquilo, ordenado, que yo no tengo, de una cuna que yo no tengo, a cuyos pies no velo, de un regazo que perdí, de una niñez que se disipó. ¡Yo no tengo en el mundo, en rigor, más parientes que esa voz!». ¡Cosa más particular!

Una nuera protestante es susceptible de ser convertida por la influencia de piadosas exhortaciones, ¿y devolver al regazo de Nuestra Señora Madre la Iglesia una oveja descarriada, no es hacer una obra piadosa? Continuando la lectura de su correo, Huberto descubrió una pequeña caja, cuidadosamente envuelta. La abrió: era el estuche, sobre cuyo terciopelo blanco descansaba el anillo de rubí.

Sin repugnancia, y sin perjuicio de las reservas mentales necesarias, él colocaba sobre el regazo de la Iglesia al hijo de sus entrañas. ¡Su hijo, su Antonio; allí le tenía, carne de su carne, dormido, perdido entre encajes; una mancha colorada destacándose en la blancura...!

En buena lógica, debían decir los monarcas: «Yo soy rey porque tengo la fuerza, porque me apoya el ejércitoPero no señor; prefieren continuar la antigua farsa, diciendo: «Yo el rey, por la gracia de DiosEl tirano pequeño no abandona el regazo del déspota grande. Le es imposible sostenerse por mismo. Calló un buen rato Gabriel.

Todos aquellos discursos pronunciados en alta voz, no eran más que una continua y tierna invitación para que de una vez entrase "en el terreno de la formalidad". Oyéronse en esto pasos en la habitación contigua, y una tos que los presentes conocían admirablemente. D.ª Esperanza, al escucharla, entregó con precipitación, mejor dicho, arrojó la labor que tenía entre manos en el regazo de su hija.

Palabra del Dia

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