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Actualizado: 16 de junio de 2025


Hace rato que lo sabría usted si me hubiese dejado hablar... Es la mujer del director de orquesta de la compañía de opereta: un rubio de cara granujienta, que se pasa día y noche en el café tomando bocks con los de su tropa. Buen colador; hay veces que los redondeles de fieltro se amontonan en su mesa como una columna... Y cuando no toma cerveza, admite whisky o lo que caiga.

La sequía, cruel calamidad de las llanuras andaluzas, les hacía discurrir tardes enteras; y cuando, después de largas semanas de expectación, el cielo encapotado soltaba algunas gotas gruesas y calientes, los grandes señores campesinos sonreían gozosos, frotándose las manos, y el marqués decía sentenciosamente, mirando los anchos redondeles que mojaban la acera: ¡La gloria e Dió!... Ca gota de esas es una monea de sinco duros.

Se besaban entre bocado y bocado, marcándose en las mejillas redondeles de vino y de grasa: ¡Cochino, cómo me pones! decía Feli con gracioso mohín, limpiándose la cara . ¡Ay! ¡Déjame comer! ¡déjame tranquila! Mira que estoy cansada, que deseo paz... que aún nos queda mucho por arreglar. La presencia del señor Vicente hizo que el almuerzo acabase con cierta tranquilidad.

Pero no es esto lo mejor, sino que cate usted ahí, que sin saber ni cómo ni por dónde desaparece un a moo de jardín que había al frente. No parecía sino que el demonio había cargado con él. ¿Qué estás diciendo, Momo? dijo Dolores. Naica más que la purísima verdad. En lugar de la arboleda, había al frente un a moo de estrado con redondeles de trapo que sería de un palacio.

Primeramente encontró pequeños grupos que iban hacia la ciudad; luego parejas; después individuos sueltos; al final nadie: una soledad absoluta. Los reverberos trazaban en el suelo amplios redondeles de púrpura. Más allá se extendían las tinieblas, cortadas por siluetas de ébano, que unas veces eran barcos y otras callejones de fardos, colinas de carbón.

Unos carruajes ostentaban redondeles blancos con el centro cortado por la cruz roja; otros tenían como marca letras y cifras que sólo podían entender los iniciados en los secretos de la administración militar.

Más te querría si fueses ladrón; me parecerías más interesante... ¡Ay!, ¡me siento tan triste!... ¡tan triste! Estaban ahora en el Salón del Prado, alejados del movimiento de la gran calle, caminando entre macizos de verdura, por una avenida solitaria en cuyo suelo trazaban los focos de luz grandes redondeles blancos.

Sonó el tercer rugido y se miraron los pasajeros, consultándose para saber cuántos permanecían en tierra. Faltaban muy pocos. La gente se agolpó en las bordas, saludando con gritos y aplausos irónicos a los que llegaban retrasados. En la proa y la popa formaban los emigrantes dos masas obscuras, sobre las cuales se agitaban los pequeños redondeles blancos de las cabezas.

En el corredor había una pileta de agua y en su fondo una especie de harapo flácido y gris, con redondeles negros en el dorso. Este animal atraía inmediatamente la curiosidad de los visitantes. Todos preguntaban por él.

Aprovechó un momento en que estaba desierto el paseo para deslizarse por una escalera. Bajó dos pisos sin encontrar a nadie. Luego avanzó por un pasadizo, de puntillas sobre la tupida alfombra roja con grandes redondeles, en cuyo centro se ostentaba el nombre del buque. De algunas puertas surgían furiosos ronquidos. Creyó que sonaban detrás de él leves roces, como si alguien le siguiese.

Palabra del Dia

rigoleto

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