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Actualizado: 9 de julio de 2025


Otra orden hizo que la Compañía del Capitán Navarro con el Teniente Ramos, avanzara sobre el lugar llamado Alto de Boquerón, con objeto de evitar la retirada del enemigo; estas fuerzas fueron hostilizadas durante todo el camino por los pequeños grupos de rebeldes que creyeron imposible que una columna se atreviera á correr la aventura de entrar en aquellos estratégicos lugares, pues todos recordaban que durante la guerra de Independencia, todas las fuerzas españolas que intentaban entrar en Boquerón, desistían de su empeño, después de horas enteras de lucha, llevándose siempre gran número de bajas.

Las que hacían su primer viaje eran miradas por las otras con lástima y envidia. ¡Quién tuviese sus ilusiones!... Recordaban las esperanzas risueñas, las doradas mentiras que las habían acompañado en su llegada al río de la Plata. Y después, ¡habían visto tanto!... Berta calló al notar que un hombre se había aproximado al grupo.

A pesar del ambiente diabólico que rodeaba su nombre, las tripulaciones lo recordaban con envidia en las grandes calmas, cuando el galeón permanecía inmóvil semanas enteras en un mar como un espejo, sin el más leve soplo de brisa.

Sus lágrimas surgieron con toda libertad al verse en, aquella habitación cuyos muebles y cuadros le recordaban al ausente. Argensola corrió desde la puerta al fondo de la pieza, agitado, confuso, saludándola con frases de bienvenida y removiendo al mismo tiempo objetos.

Uno de ellos llamó la atención de Leonora. Le contemplaba horas enteras hundida en el diván del café, casi oculta por los brazos, siempre en movimiento, de su padre. Era un joven extremadamente delgado y rubio. Su estrecha perilla y las finas melenas cubiertas por el desmesurado fieltro, recordaban a Leonora el Carlos I de Inglaterra, pintado por Van Dik, y visto por ella en las ilustraciones.

Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal; intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo; odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.

La gente que paseaba por el atrio se fijó inmediatamente en él. «¡El príncipe LubimoffTodos recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo su nombre como un eco de gloriosa resurrección.

No osaba penetrar en ellos: temía encontrarse con el banco en que habían estado aquella tarde. Avanzó por las calles de la ciudad, estrechas, sin aceras, pavimentadas de anchas losas, como en muchas poblaciones de Italia. Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos en que el suelo era precioso dentro de una península estrechamente ceñida por sus fortificaciones.

Inundando pueblos en lejanas comarcas, recordaban las tribus griegas la divina montaña que en sus cañadas les había dado vida y alimento. Casi todos los grandes acontecimientos de la historia mítica se habían verificado en aquella parte de Grecia, y entre ellos, el más importante, el que decidió del mando en cielo y tierra.

Juanito, confundido entre este público e insensible a las cosas de este mundo, lo encontraba todo feo y ridículo con su pesimismo feroz. Aquellos pabellones, que vistos con un poco de buena voluntad a la luz artificial recordaban los palacios deslumbrantes de las leyendas, parecíanle ridículas barracas.

Palabra del Dia

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