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Por desgracia, la preocupación de la guerra de Cuba me ha llevado, como vulgarmente se dice, por esos trigos, y me ha movido a escribir sobre muy distinta materia. Reconozco que lo escrito poco o nada tiene que ver con el progreso, a no ser para negarle y para afirmar que, mutatis mutandis, los casos se repiten y vienen a ser siempre los mismos.

Ese es el mayor enemigo de este país: mata las energías, crea engañosas esperanzas, acabo con la vida prematuramente: todo lo destruye; hasta el amor. Fermín sonreía escuchando a su maestro. ¡No tanto, don Fernando!... Reconozco, sin embargo, que es uno de nuestros males. Puede decirse que llevamos la afición en la sangre.

Han transcurrido doce años desde la última vez que estuve en París... ¡Ay! Reconozco que mi aspecto ha cambiado mucho. Y Robledo, al decir esto, volvió á verse tal como se contemplaba todas las mañanas en el espejo, con ojos de conmiseración, mientras procedía á su limpieza matinal. Era todavía vigoroso y gozaba de excelente salud; pero la vejez había empezado á marcar en él sus devastaciones.

¡Si lo reconozco!... es el que el pobre Zeli me dio para que te lo entregase el día del combate de El Gavilán contra la corbeta. ¡Pobre Zeli!

Y de toda esta carrera loca, desesperando a unos, enloqueciendo a otros, trastornando la vida en muchos puntos de Europa, he sacado una consecuencia: o eso que los poetas llaman amor no existe y es una invención agradabilísima, o yo no he nacido para amar y soy inmune, puesto que después de una vida tan agitada, cuando recopilo el pasado, reconozco que mi corazón no ha sentido de verdad... ni esto.

Y sin embargo, reconozco que era hermoso y que podía haber hecho la felicidad por unos cuantos meses de una mujer ansiosa de algo extraordinario. Era cuestión de ambiente, de escena... Usted, Gallardo, no sabe lo que es eso. Y doña Sol quedaba pensativa recordando al pobre rajá, siempre tembloroso de frío, con sus vestiduras ridículas, bajo la luz brumosa de Londres.

Estoy, pues, aquí a solas con mi conciencia para juzgarme y condenarme yo mismo. »Reconozco que he sido injusto y cruel; he herido sin compasión dos corazones puros, generosos y que me aman. He causado un desmayo de pena a mi hija, criatura tan delicada que basta un soplo para hacerla caer al suelo.

Ustedes me conocen y saben que nada me asusta. Reconozco que en el principio de las casas nobles, como en el de las grandes fortunas, hay siempre uno o varios ladrones.

De Pas no paró la atención en ellas, pero Ripamilán se detuvo, olfateando, y tendió el cuello en actitud de escuchar. ¡Así Dios me valga, son ellos! dijo pasmado. ¿Quién? Ellos; la viudita y don Saturno; reconozco el chirrido de ese grillo destemplado. Y el Arcipreste que manifestara poco antes tanta prisa por salir del templo, se empeñó en entrar en Santa Clementina.

No soy perverso; reconozco en usted a uno de los hombres mejores que existen en el mundo. Seré un miserable si sale de , por irresistible efecto de las pasiones, la más ligera oposición a la felicidad de usted.... Es evidente, evidentísimo que yo soy el que está demás. Declaro que mi deber es no volver a pisar la casa del que posee lo que yo quise para .