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Actualizado: 7 de junio de 2025


En fin, sea que la casualidad lo hubiese decidido así, sea que me hubiese dirigido hacia aquel punto sin darme cuenta de mi deseo, me encontré cerca de la aldea a donde tenía costumbre de acompañar a Adela y reconocí la miserable choza donde tantas veces la viera entrar.

Las canales que conducen de una á otra tienen poco fondo, y solo las chalupas pueden atravesarlas: reconocí al pasar la Isla Larga y la de Borda; pero una y otra ofrecen muy pocos recursos.

Parecíame ruido de faldas y pasos muy tenues. Aguardando un rato, al cabo distinguí una forma de mujer que salía al corredor por la puerta menos próxima al sitio donde yo me encontraba. Había allí un alto, pesado y negro ropero que proyectaba sombra muy oscura sobre sus costados, y junto a él me guarecí. Atisbé la figura que se acercaba, y al punto la reconocí. Era Inés.

Comencé a vivir cada día más recluído en el fondo de mi alma, perdido en la admiración de la imagen que en ella brillaba, hasta que sólo esta ocupación me pareció digna de la vida, y en el mundo todo no reconocí más que una apariencia inconstante y fuí como un monje en su celda, ajeno a las cosas más reales, de rodillas y rígido en su sueño, que es para él la única realidad.

Sacó un papel que reconocí como el mismo que le entregara la Alacrana, y añadió: Este papel fija día y hora. Será mañana por la noche. Basta. Es todo lo que necesito saber. Mañana por la noche. Lo demás no lo diré ni a mi sombra. Temo traiciones y emboscadas y desconfío hasta de mis mejores amigos. Ni yo quiero ser indiscreto preguntando... No me importa.

Una tarde, después de hablar á los marineros y cargadores del puerto, cuando terminado mi discurso tuve que responder á los apretones de manos y los saludos de miles de oyentes, reconocí entre éstos al joven que me escondió en su casa. Tuve que acompañarlo á la taberna, para saludar á su madre y ver la pequeña habitación que me había servido de refugio.

Una noche, estaba yo desvelado pensando en la tristeza de Margarita, pensando cómo haría para volverla á su tranquilo estado anterior. Nuestros hermanos dormían. De improviso y en medio del silencio de la noche unas leves pisadas... las reconocí: eran las de Margarita que pasó por delante de la puerta de nuestro aposento; yo me levanté y la seguí descalzo.

Atravése Sierra Morena, y al ver sus bosques, sus coronas de peñascos, sus abismos, sentí ya dentro de otro ser, otra personalidad, otro sentimiento. La idea de Dios hirió otra vez mi espíritu, levanté al cielo los ojos, y reconocí en la naturaleza el orden, en el orden á Dios. Cayó de repente el velo que habia entre y el mundo; mas solo por un breve plazo, solo por momentos.

Creo conocerle. La otra noche estaba yo jugando al bridge con unos amigos, en el círculo, cuando, en la mesa inmediata, uno de los jugadores derribó la pantalla de su bujía al encender un cigarro y la prendió fuego. El que jugaba con él dijo entonces vivamente: ¡Cuidado! y yo me estremecí al oir esa palabra, pues reconocí la entonación y el acento del que la pronunció en el cuarto de Jenny Hawkins. Me volví prontamente y miré al que acababa de hablar.

Vi el desarrollo de la muralla desde el muelle hasta el castillo de Santa Catalina; reconocí el baluarte del Bonete, el baluarte del Orejón, la Caleta, y me llené de orgullo considerando de dónde había salido y dónde estaba.

Palabra del Dia

rigoleto

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