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Actualizado: 17 de junio de 2025


En el momento de entrar Benina, acababan un juego, y antes de echar otra mano, el hijo de Doña Paca tiró sobre la mesa los asquerosos naipes, que en mugre competían con las manos de los jugadores; se levantó tambaleándose, y con media lengua y finura desconcertada, de la que suelen emplear los borrachos, ofreció a la criada de su suegra un vaso de vino. «Quite allá, señorito, yo ya he bebido... Se agradece...» dijo la anciana, rechazando el vaso.

Una parte de los derrotados y otros muchos patriota, irritados en vista del proceder de Zuazola, se refugiaron en Maturin, donde Piar y Azcúa mandaban durante la ausencia de Bermudez, y cuyos jefes lograron desbaratar con solo 500 hombres, en una salida que hicieron de la plaza, á 1.500 mandados por Don Lorenzo de la Hoz, rechazando despues á fuerzas mayores todavia, y poniendo al capitan general en el caso de presentarse en el teatro de la guerra á dirigir por mismo las operaciones.

De ella se exhalaba una vaga tibieza de las amistades vulgares, que causa desesperación cuando se desea mucho más. «Tiene razón, mucha razón», pensé recordando la abrumadora argumentación de Oliverio, rechazando sus conclusiones con todo el horror natural en un corazón apasionadísimo, pero reconociendo esta verdad irrefutable: «No soy nada para Magdalena, nada más que un obstáculo, una amenaza, un ente inútil o peligroso

¡Ah!... ¡re-sangre! si digo que voy a echar al gato esa lengüecita... dijo Tablas abalanzando sus pesadas manos hacia la cara de la Pimentosa. Quita allá esas aspas de molino replicó ella rechazando con extraordinaria energía las manos de su hombre. Maldita sea la hora.... Bramando así con insensata ira, Tablas hizo un gesto, o instantáneamente enganchó en su garra el moño negro de la giganta.

Sacó de su bolsillo el reloj y lo deslizó prestamente en las manos del muchacho, quien, confuso por tan inesperado presente, permanecía aturdido y no sabía qué decir; en sus ojos azules y grandemente abiertos se leía a la vez su inquietud, su enternecimiento y también el temor de herir el amor propio de ese hombre extraño que acababa de darle tan reales pruebas del más profundo afecto: «Es un original pensaba Simón, pero tiene todo el aspecto de un hombre honrado... No hay que darle pena rechazando lo que de tan buena gana ofrece...»

Cuando entró el Provisor, disminuyó el ruido; los más se volvieron a él, pero el jefe se contentó con poner una mano delante de la cara como rechazando a todos los importunos y se fue a una mesa a preguntar por un expediente de mansos. «Lo que él decía; en las oficinas de Hacienda pública no daban razón; los expedientes de mansos dormían el sueño eterno, cubiertos de polvo».

Lope y Calderón participaban del mismo descrédito, que sólo correspondía en justicia á sus desdichados sucesores, esperando mejorar la situación dramática de la época, sólo posible, en su concepto, restaurando el verdadero teatro nacional, rechazando en absoluto las antiguas formas, y sustituyéndolas con otras de cualidades opuestas.

Sin inquietud por lo porvenir, sin sentimiento por lo pasado, no apeteciendo nada, no rechazando nada tampoco, su vida se deslizaba tiempo hacía como un sueño feliz, como una dulce embriaguez. Dejó caer el plomo de los deseos y las tristezas que le ligaban a la tierra.

¿Concibes cuán amarga y cuán espantosa es la muerte de un infortunado que lo abandona todo; desengañado de la existencia, asustado de la nada, rechazando, para morir más tranquilo, algún dulce recuerdo cuyo contraste haría aún más horrorosa su agonía, y exhalando el último suspiro entre unos brazos fríos y sobre un pecho que no se agita? Yo quisiera morir, yo quisiera haber muerto hoy.

España, armándose toda y rechazando la invasión con la espada y la tea, con la navaja, con las uñas y con los dientes, probaría, como dijo un francés, que los ejércitos sucumben, pero que las naciones son invencibles.

Palabra del Dia

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