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Actualizado: 17 de junio de 2025


No distaba ya de ellas sino algunos pasos, cuando un esfuerzo supremo le llevó hasta cerca de la ribera para que su vida al menos quedase asegurada. Tomó entonces un impulso vigoroso y saltó sobre el declive de la costa, rechazando con el pie á pesar suyo la abandonada barca, que fué inmediatamente arrastrada por encima de los arrecifes y vino á vogar en el estanque con la quilla al aire.

Rosario, con la notable aptitud que tienen todas las mujeres para hacer el papel de reinas, los iba rechazando con gesto de soberano desdén.

Primero me contestasteis indecisa, y luego furiosa, rechazando una proposición que calificabais de absurda, de irreverente, y llamándome jacobino, francmasón, calavera, perdido, tramposo, con otras injurias que quisiera oír en tan linda boca. Yo acepto el bofetón de vuestro orgullo.

No la leeré replicó Jacques rechazando la mano de Calvat que le tendía la carta . ¡Sal de aquí al instante, y te prohibo que vuelvas jamás a poner los pies en mi casa! Ya me volverás a llamar, y como no soy rencoroso, volveré a tu primera palabra. Esa carta es de Pierrepont dirigida a tu mujer. Ahí te la dejo. La arrojó sobre la mesa y salió del taller.

¡Caballeros, buenas tardes! Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de algunos mozos que habían corrido a la taberna para traer unas copas. «Se las ofrecían sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y vivían en la estrechez de la islaPero los guardias insistieron en su negativa. «Se agradece; lo prohíbe el reglamento.» Y se marcharon, tal vez para emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando la gente volviese dispersa a sus alquerías.

Don Pedro se levantaba de repente, rechazando su silla con energía, y, haciendo temblar el piso bajo su andar fuerte, se largaba al Casino, donde las mesas de tresillo funcionaban día y noche. Tampoco allí se encontraba bien. Sofocábale cierta atmósfera intelectual, muy propia de ciudad universitaria.

Había sacado de su bolsillo su estuche, y, rechazando a la señora Hellinger con un ademán apenas cortés, se inclinó sobre el pecho que, con un movimiento brusco, había descubierto por completo. Cuando se enderezó su rostro estaba mortalmente pálido. ¡Una última tentativa! dijo.

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