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Actualizado: 23 de julio de 2025
Cuando alguna vez salía, andaba receloso y huido. Los amores de su hija se fueron haciendo más formales y cada vez más públicos. Temía las bromas. El miedo le hizo claudicar, adoptando un proceder doble y falso, indigno por completo de su carácter y antecedentes.
Decía el huésped: -Señor, su merced pidió servicios; yo no estoy obligado a saber que en lengua soldada se llaman así los papeles de las hazañas. Apaciguámoslos, y tornamos al aposento. El ermitaño, receloso, se quedó en la cama, diciendo que le había hecho mal el susto.
Muy parlachín y comunicativo hasta los diez años, volvíme después huraño, reservadísimo y melancólico. Ya he dicho que la vida del Colegio, áspera, fría, monótona, entenebreció mi espíritu; ahora es bueno apuntar que la excesiva severidad de mis maestros, no siempre oportuna y atinada, me hizo desconfiado y receloso.
Mostraba al hablar una inocencia falsa y socarrona que no le hacía antipático. Detrás se veía siempre al antiguo granuja del mercadal de Valencia, diestro, burlón, receloso y marrullero. Pepa Frías le habló de negocios. La viuda era incansable en esta conversación.
Era receloso; presentía que la desgracia se acercaba; la veía en todas partes: en las caras curiosas que asomaban al ventanillo de la puerta; en el cura de la cárcel, que ahora entraba todas las tardes, como si aquella celda infecta fuera el lugar mejor para hablar con un hombre y fumar un pitillo. ¡Malo, malo! Las preguntas no podían ser más inquietantes. ¿Que si era buen cristiano? Sí, padre.
Nada menos se le ocurrió que don Rosendo se había percatado de la instabilidad de sus sentimientos amorosos, y le iba a pedir de ello estrecha cuenta. Fuese, pues, detrás de él cabizbajo y receloso, y penetró en el escritorio.
Consistía esto en que tenía delante de sí un sobrino á quien no conocía, y del cual en toda su vida sólo había tenido dos noticias dadas de una manera tal que bastaba para meter en confusiones á otro menos receloso que el cocinero del rey.
El tío Goro bajó de nuevo á Entralgo y comunicó sus sospechas con el capitán. Este no quiso confirmarlas; le costaba mucho trabajo suponer que Demetria, después de lo acaecido, tuviese deseos de volverse á Oviedo. Sin embargo, hizo montar á caballo á su criado Manolete y le envió á allá con objeto de averiguarlo. Felicia, enloquecida y acongojada, quiso marcharse al monte y buscar por todas partes á su hija. Nolo trató de disuadirla. En aquella hora no era posible que la encontrasen aunque le hubiera pasado algún accidente. Además el mozo de la Braña dudaba que le hubiera acaecido nada malo; se inclinaba más bien á creer en la huida á Oviedo. Su amor era grande pero receloso, y, aunque Demetria nunca le diera motivos para dudar de él, le parecía bien extraordinario que se allanase á ser aldeana pudiendo ser señorita. No le fué posible persuadir á la tía Felicia.
Los dos farmacéuticos parecían haber revivido con las oficiosas advertencias de don Claudio Fuertes; pero, en cambio, el receloso Bermúdez entró en nuevas confusiones, porque si sospechoso le había parecido el aire de las palabras del comandante, más sospechosos le resultaban los efectos causados por ellas en el ánimo de los dos Pérez.
Todos en el claustro alto conocían estas luchas. Llegaban hasta ellos los comentarios que se permitían los canónigos en la sacristía; pero los humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repetían estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el vecino, que tal vez ambicionaba su puesto.
Palabra del Dia
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