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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Así al menos lo presumían Morsamor y los demás tripulantes cuando, cada vez que rayaba el alba, tendían la vista hacia los cuatro puntos del horizonte y sólo percibían el haz azulada y uniforme del vasto Océano. Tal vez habría islas y hasta grandes e ignorados continentes al norte o al Sur de la derrota que seguían, pero todo se ocultaba a la vista de ellos.
Cruel y deshecha tempestad de encontrados sentimientos hubo de agitar aquella noche el alma de doña Mencía. Durmió poco y se levantó del lecho apenas rayaba la aurora.
Sólo el general, cuya bizarría, serenidad y destreza en las armas rayaba en lo sobrehumano, permaneció impávido en medio de aquel terror harto disculpable. El general se fue hacia el Príncipe, único enemigo no fantástico con quien podía habérselas, y empezó a reñir con él la más brava y descomunal pelea. Pero las armas del Príncipe tártaro estaban encantadas, y el general no podía herirle.
Tenía dos hijos y tres hijas, todos casados y con casa aparte, de modo que, en la soledad anchurosa de aquel inmenso caserón, doña Luz y D. Acisclo se daban mutua compañía. Rayaba ya D. Acisclo en los setenta años; pero estaba recio y bien de salud.
También se aproximaba a las manifestaciones de pura imaginación por un esfuerzo de tensión de su espíritu, en contacto siempre con todo lo que el mundo de las ideas contiene de mejor y más bello y rayaba en lo patético por el perfecto conocimiento de las asperezas de la vida y por la devorante ambición de alcanzar legítimas satisfacciones, aunque ello fuese a trueque de mucho luchar.
Cuando joven había mostrado una naturaleza tan púdica que rayaba por su exageración en lo ridículo. Sus amigas la embromaban no pocas veces afectando cierta libertad en el hablar. Tan castísimos eran los oídos de la doncella de los Oscos, que los de una miss inglesa parecerían los de un sargento a su lado.
Ya rayaba la aurora de mi felicidad, quando una marquesa vieja, á quien habia cortejado mi príncipe, le convidó á tomar chocolate con ella, y el desventurado murió al cabo de dos horas en horribles convulsiones; pero esto es friolera para lo que falta. Desesperada mi madre, puesto que mucho ménos desconsolada que yo, quiso perder de vista por algun tiempo esta funesta mansion.
Su esposo advirtió en ella una sobriedad verbal que rayaba en mutismo; y según su costumbre, no hizo esfuerzo alguno por corregirla. En toda casa es preferible siempre la concisión de una mujer a su locuacidad, y Thiers no tenía gran empeño en alterar esta regla. En la mañana del día 8, Rosalía, vestida con pulcra sencillez, se despidió de su marido.
De todos modos tenía ganas de verte. Marta calló y siguió su tarea poniendo en torno de la rosa y apoyados en las hojas de malva tres pensamientos obscuros. Ricardo había cambiado también un poco desde la última vez que le vimos. Su rostro estaba levemente descaecido, y a la ordinaria expresión de alegría había sucedido otra como de fatiga, que a veces rayaba en triste y amarga.
Vegallana tenía en mucho la severidad de su despacho; nada más serio que el roble para casos tales. La «sobriedad del mueblaje» rayaba en pobreza. ¡Mi celda! decía el Marqués con afectación. Daba frío entrar allí y Vegallana entraba pocas veces. De las paredes del salón de antigüedades pendían tapices más o menos auténticos, pero de notoria antigüedad.
Palabra del Dia
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