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Su entendimiento es de los mas perspicaces que se puedan ver; sabe una multitud de cosas, y algunas ha inventado: apénas rayaba con los doscientos y cincuenta años, siendo estudiante en el colegio de jesuitas de su planeta, como es allí estilo comun, adivinó por la fuerza de su inteligencia mas de cincuenta proposiciones de Euclides, que son diez y ocho mas que hizo Blas Pascal, el qual habiendo adivinado, segun dice su hermana, treinta y dos jugando, llegó á ser, andando los años, harto mediano geómetra, y malísimo metafísico.

Seguro ya de su conquista, envía en tanto mensageros á Alvaro Perez, al rey, á cuantos podian hacer que no quedase ineficaz su temerario empeño. Rayaba apenas el dia, cuando, sorprendidos los habitantes de la ciudad, tomaron las armas y acometieron á los invasores. Larga y reiterada fue la lucha, pero inútil.

La aventura comenzó a parecerle por demás extraña. Hallarse en ocasión tan propicia al lado de una mujer como Lucía que le confesaba francamente sus pecados, ser su amante, y pasar el tiempo disertando sobre materias abstractas, y haciendo el papel de ser incomprensible y misterioso, era cosa tan singular, que rayaba en lo absurdo.

Tan cansado estaba Zadig que durmió profundamente, puesto que enamorado; mas no dormia Itobad que estaba acostado en el quarto inmediato: y levantándose por la noche entró en el de Zadig, cogió sus armas blancas y su mote, y puso las suyas verdes en lugar de ellas. Apénas rayaba el alba, quando se presentó ufano al sumo mago, declarándole que un hombre como él era el vencedor.

«Dios me lo perdone dicen en este pasaje los Apuntes , si en el supuesto me engaño, porque bien pudiera ser causa de mi juicio el recuerdo de lo pasado; de aquel desdén, que rayaba en antipatía, con que empapó mi corazón, en una edad en que arraigan las impresiones para el resto de la vida; pero yo no vi nunca en las nuevas atenciones de mi madre uno solo de esos reflejos que llegan al alma y hacen latir al unísono dos corazones.

Rayaba en locura el entusiasmo con que hablaba de los grandes poetas de la antigüedad, y la fruición con que los leía en los Trozos escogidos.

Tal fué, en substancia, mi conversación con la respetable señora que, desgraciadamente, no puede hoy reñirme por esta delación, doce años ha, es decir, cuando en Santander era de buen tono no haber pisado jamás el campo; cuando los que en él hemos nacido, teníamos que negar la procedencia en estos salones para no producir entre la gente «fina» cierta prevención que, con frecuencia, rayaba en repugnancia; cuando hasta por las personas de más alta jerarquía se llamaba judío á todo extranjero que tuviera las patillas rubias, ó la pinta sospechosa; cuando, en fin, entregado aún este pueblo á sus propios y naturales recursos, atravesaba el período más crítico de su amaneramiento.

Una aversión invencible, una profunda repugnancia, una antipatía que rayaba más en fastidio que en odio, nos hacía evitar el paso por Quacos.

En Filipinas es cosa sabida que para todo se necesitan padrinos, desde que uno se bautiza hasta que se muere, para obtener justicia, sacar un pasaporte ó esplotar una industria cualquiera. Y como se decía que aquella prision obedecía á venganzas por causa de ella y de su padre, la tristeza de la joven, rayaba en desesperacion.

Pasaba mi padre los términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir estado.