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Actualizado: 4 de junio de 2025
Y de pronto un aullido corto, metálico, de atroz sufrimiento, tembló bajo el corredor. ¡Federico! oí la voz traspasada de emoción de mamá ¿sentiste? Sí respondí, deslizándome de la cama. Pero ella oyó el ruido. ¡Por Dios, es un perro rabioso! ¡Federico, no salgas, por Dios! ¡Juana! ¡Dile a tu marido que no salga! clamó desesperada, dirigiéndose a mi mujer.
De la oprimida garganta del desdichado joven salía un gemido, estertor de asfixia. Sus ojos reventones se clavaban en su verdugo con un centelleo eléctrico de ojos de gato rabioso y moribundo.
Muley hubo de reportarse de nuevo con la hospitalidad concedida por el tío al incógnito pasajero, y rabioso y despechado cuanto más se veía obligado al disimulo, se derribó otra vez sobre el arrimo de las columnas, atalayando como un neblí desde el cielo cuanto pasaba en derredor suyo.
Un hecho horrendo, digo lastimoso, Aquì sucede: estaban dos hermanos; De hambre el uno muere, y el rabioso Que vivo est
Expónme ahora tus deseos, claros y concretos. «¡Castelar tenía razón!... ¡Indudable era que las sotanas partían con las faldas el imperio del mundo!...» Y mientras esto pensaba Jacobo, con cierto rabioso despecho, que le hacía aún más antipático al padre Cifuentes, púsose a trazar un plan encantador, un verdadero idilio aristocrático, mitad campestre, mitad feudal, que fue exponiendo poco a poco y por partes.
Ni aun en estos críticos instantes podía el ayudante prescindir de aquella retórica anticlerical que acostumbraba a usar, y de sus frases campanudas. A cada una acompañaba un garrotazo. Los clérigos, no pudiendo sostener su rabioso empuje, volvieron grupas, y emprendieron desaforadamente la carrera.
No obstante esas confesiones retrospectivas, desagradables siempre para el que ha vivido engañado, aún con la más arcangélica buena voluntad, con todo me he reído buenamente. ¡Ah, mi hijo! ¡No puedes figurarte lo horrible que es para una madre el pensamiento de que su hijo pueda estar rabioso! Cualquier otra cosa...¡pero rabioso, rabioso!...
Era el cuadrillero del pueblo, que desenvainando un inmenso sable de caballería, se dispuso a cerrarle el paso, mientras que la gente que seguía al perro con palos, hoces y horquillas, le gritaba: ¡Mátale, Cachucha, mátale; está rabioso! El pobre animal miró a derecha e izquierda, buscando una salida salvadora.
Cuando terminaba la cura, Mario preguntó a su esposa en voz baja: ¿Y tu padre, dónde está? No lo dijo tan bajo que no llegara a los oídos de D.ª Carolina. ¡En el infierno! exclamó con acento rabioso. ¡Allí debía estar ese bárbaro!
¡Este vejestorio está insultando al pueblo! ¡Es un carcunda rabioso! ¡Vaya una vergüenza que así se insulte al pueblo! ¿Por qué no matáis a ese bribón? ¡Matarlo, sí; matarlo! ¡Matarlo! ¡Matarlo!...
Palabra del Dia
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