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Actualizado: 4 de junio de 2025


Un despecho picante y rabioso le mordía el corazón, viendo quebrarse en añicos sus ilusiones de boda con Salvador, y viendo cómo el médico alimentaba, con crecientes demostraciones, el interés que siempre le había inspirado la niña de Luzmela. Carmen compartía sus horas densas y amargas entre las cavilaciones incoherentes en su cuarto y las calladas esperas a los pies de la cama de Julio.

Obdulia, agitada todo el día por un vivo dolor y por un deseo rabioso de reparar la injusticia que se había cometido con su amado director espiritual, no salió de casa ni de la cama. Estaba realmente enferma. Tenía fiebre, la fiebre que produce en los temperamentos como el de ella un pensamiento único que se va exacerbando por grados. Al llegar la noche se levantó y se vistió apresuradamente.

Es de un individualismo rabioso: le place más rascar sus liendres al sol en medio del arroyo, que aprisionarse en el régimen un poco frío de las Casas de Caridad, donde, además, tienen que aguantar la férula religiosa. Al rancho metódico prefieren la guiropa en la alegría de las solanas, de sabrosa y picara parla con sus hermanos de cofradía.

Los amores son la esencia de mi vida y los guardo en mi corazón como si fuesen una perla del Oriente. Estoy abrumado, estoy tan pronto rabioso como desmadejado, estoy que me llevan los demonios, porque, ante todo y sobre todo, soy un artista, y aquí, en esta ciudad, no se me comprende ni hace justicia. Por lo pronto, soy un maestro artista en zapatería.

Apártese usted que voy a dividirle por la mitad. Rabioso... exclamó Juanito riéndose y rodeando el cuello del perro con uno de sus brazos,¿rabioso, y me lame las manos y se echa temblando a mis pies para que le proteja? Bah, que estás rabioso, mi buen Cachucha; si te vieras la cara en el espejo, de seguro te darías miedo a ti mismo.

Buen plato es el micho; pero cuando está rabioso, le salen pintas en la cara al que lo come, y a los tres días, muerte natural por calenturas perdiciosas. En fin, que espicharon los padres, y la chica se quedó en la puerta de la calle, sentadita. Era hermosa: por tal la celebraban; su voz sonaba como las músicas bonitas.

El primo Rafael, amante rabioso de los placeres y obligado a reprimir sus deseos en la atmósfera de sórdida avaricia en que se había educado, lanzóse sin temor a saciar sus apetitos al verse dueño de la fortuna de su esposa. La supeditación amorosa de doña Manuela le hacía ser dueño absoluto de la casa, y no tardó en hacer sentir su tiranía.

Al mismo tiempo que en su labio apuntaba el bigote, en su cerebro apuntó la tendencia a lo romántico, a lo desconocido, el anhelo de cosas extraordinarias, de aventuras gigantescas, y fue un rabioso lector de novelas.

Sus ligeros carros en forma de cajón eran de un azul rabioso, con un óvalo encarnado en el que se consignaba el nombre del dueño. Venían de Bellasvistas y de Tetuán, de los barrios llamados de la Almenara, de Frajana y las Carolinas. Los más pobres no tenían carro, y marchaban a lomos de un borriquillo, con las piernas ocultas en los serones destinados a la basura.

Ciego hubiera sido para no verlo, y aun para no distinguir entre la nube invasora más de un rabioso oposicionista que tocaba el cielo con las manos cada vez que, fuera de allí, oía hablar de destinos concedidos al favor, o del caudal de la patria despilfarrado.

Palabra del Dia

rigoleto

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