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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Pep había tenido que ir a las manos con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo. ¿De dónde habría sacado Pepet aquella arma? ¡El demonio son los muchachos! ¡Famoso juguete para un seminarista!...
Este fue el estado de Diógenes al quedarse solo, y rabioso y fatigado se dejó caer en las almohadas, volviéndose de cara a la pared.
He venido aquí para morir....Fuí toda mi vida un lobo rabioso, y como lobo rabioso quiero perecer de hambre en esta cueva....Hermano Fuso Negro, me cortarás la cabeza y se la llevarás a mis hijos. Verás cómo te visten de seda esos monstruos nacidos de mi sangre. ¿Cuántos son? Cinco. ¡Cinco cirios, cinco rabos, cinco demonios coronados! ¡Demonios son!
Esto ocurría poco después del fallecimiento del Monarca y tres horas más tarde del altercado con Pipaón, por donde se ve, que en un mismo día reservaba la Divina Providencia al señor de Carnicero impresiones totalmente contrarias, haciéndole pasar de la ira más atroz a un contento febril y casi rabioso.
En Alemania los pueblos cuasi más civilizados con un gobierno cuasi absoluto, cuasi temperado por sus dietas, instituciones cuasi representativas. En Holanda, nación cuasi toda mercantil y navegante, un rey cuasi rabioso, y cuyo poder cuasi se desmorona.
¡Federico! ¿Qué fué eso? gritó mamá que había oído mi detención y la dentellada al aire. Nada: quería entrar. ¡Oh!... De nuevo, y esta vez detrás del cuarto de mamá, el fatídico aullido explotó. ¡Federico! ¡Está rabioso! ¡Está rabioso! ¡No salgas! clamó enloquecida, sintiendo el animal a un metro de ella.
Pasamos tres días dando paseos y haciendo expediciones temerarias; tres días de inaudita felicidad, sí tal puede llamarse a un sentimiento rabioso de destrucción de su reposo, especie de luna de miel descarada y desesperada, sin ejemplo, ni por las emociones ni por los arrepentimientos y que a nada se parece como no sea a esas horas de copiosas y fúnebres satisfacciones durante las cuales todo se permite a los sentenciados a morir al otro día.
Algo estridente, como si acabara de rasgarse la vieja decoración del fondo; un silbido rabioso, feroz, desesperado, que pareció hacer oscilar las luces de la sala. ¡Silbar a Franchetti antes de oírle! ¡Un tenor de cuatro mil francos! La gente de palcos y butacas miró al paraíso con el ceño fruncido; pero arriba la protesta fue más ruidosa. ¡Granuja! ¡Canalla! ¡Golfo! ¡A la cárcel con él!
Tuve apenas tiempo de asomar el cuerpo, cuando sentí que algo firme y tibio me rozaba el muslo; el perro rabioso se entraba en nuestro cuarto. Le eché violentamente atrás la cabeza con un golpe de rodilla, y súbitamente me lanzó un mordisco, que falló en un claro golpe de dientes. Pero un instante después sentí un dolor agudo. Ni mi mujer ni mi madre se dieron cuenta de que me había mordido.
Al sentir el desgarrón de los cuernos en su panza, el mísero animal había mordido el cuello del toro con una furia de cordero rabioso. Relinchaban tristemente los caballos heridos, levantando la cola con ruidoso escape de gases; un hedor de sangre y excremento vegetal esparcíase por el patio; la sangre corría entre las piedras, ennegreciéndose al secarse.
Palabra del Dia
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