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Actualizado: 22 de junio de 2025
Transcurrió un minuto; aún rechinaban los goznes de la puerta, cuando don Quintín oyó el timbre de una voz que le dejó trémulo de espanto; apenas sus labios acertaron a balbucear un nombre: ¡¡Es Frasquita!! También sonó la voz de Carola: Buena mujer decía , aquí no vive ese señor. ¡Ya lo sé, ya lo sé! repetía la voz espantable ; pero ahí dentro está; ¡déjeme usted pasar! ¿Es usted su criada?
Esta es la verdad: creían, como el muchacho, que el mancebo estaba en camino de ganar el oro y el moro. «¡Cómo el jefe lo quiere tanto dirían pronto le señalará sueldo, y buen sueldo! Entonces será otra cosa». Pero.... repuso Castro Pérez. ¡Por Dios, Don Quintín! exclamó don Cosme. ¡No hay pero que valga! continuó el escribano. ¡Esa es la verdad! ¡La pura verdad! ¡Eso pasa todos los días!
La conversación fue larga, mostrándose Cristeta tan firme en su propósito, que los vicios bajaron la cabeza. Doña Frasquita tembló ante la idea de que, si su sobrina volvía al teatro, tornase su marido a las pasadas liviandades: don Quintín, barruntando que en aquello andaba Juan, calló seguro de que Cristeta le hablaría luego reservadamente. No se había equivocado.
Sí, cuento con él, y en él espero que lo que se anuncia no será nada, en provecho de todos. Pero algún día, Señor y Padre, ha de haber una como la de San Quintín, porque o Vuestras Reverencias dejan de amparar a los carlistas, o los carlistas absorben al liberalismo, o el liberalismo se los traga a ellos y a Vuestras reverendísimas Paternidades.
Afable con todos, cortés y comedido con cuantos le trataban, era, sin embargo, enemigo de andar en reuniones y corrillos, y tal vez por eso se pasaba en Santa Clara buena parte del año, y cuando residía en Villaverde no concurría a la tertulia de don Procopio ni al tresillo de mi querido amigo Quintín Porras.
Don Juan se quedó atónito y a dos dedos de contestar ásperamente; mas no podía permitirse frase dura en su propia casa, y el gesto que ponía don Quintín no era de enojo, sino casi de broma.
<tb> Por los días en que don Quintín recibió ambas cartas, brillaba para él con vivo resplandores la estrella del amor: estaba sometido al imperio de Venus, representada por Carola.
El pobre don Quintín cedió amedrentado. La maquinación del conquistador estaba bien urdida. El mismo día y en el mismo tren en que partió Cristeta para Santurroriaga salió el utilísimo Benigno, el ayuda de cámara de don Juan, destinado por éste a servicios análogos a los que el padre de los dioses exigía de Mercurio.
¡Buena venta nos dé Dios! Por lo visto el demonio no da más que para butifarra, y esa poca y pasada. La sonrisa con que Carola subrayó esta frase fue un modelo de canallesco desgarro. Don Quintín, para desarmarla, quiso darle un beso; pero ella le apartó de un codazo, gritando: No estoy de humor, agüelo; esta tarde no quiero babas. ¡Carola!
¡Mejor que mejor! Repuso don Quintín, echando una mirada codiciosa al busto de Carolina.
Palabra del Dia
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