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Actualizado: 22 de junio de 2025
Miedo no, porque no asustan más que los feos; pero no quisiera que nadie murmurase de mí... Don Quintín creyó ver que el rostro de la chicuela se cubría de pudoroso carmín. ¿Te gustaría más un joven, un mocito? No quiero nada con chiquilicuatros, que no tienen pizca de formalidad. ¿Prefieres hombres serios..., por ejemplo, yo? Sí; pero usted no es para mí. La mujer debe buscar uno de su igual.
Aquella idea se le había ocurrido alguna vez, muy vagamente, pero jamás la formuló su pensamiento con tan espantables caracteres de posibilidad. ¡Suyo el hijo de Cristeta! ¡Vaya un final de almuerzo! Poco le faltó para exigir a don Quintín con malos modos que confesara cuanto supiese; mas comprendió que la violencia era inútil.
Sí, sí; vendré, vendré repetía el estanquero, que ya sentía prisa por marcharse: mas ella, como si quisiese sellar su amoroso contrato de un modo inolvidable, dio un salto de pantera celosa, y arrojándosele al cuello le abrazó, besándole el cerdoso bigote, al mismo tiempo que decía con la voz astutamente entrecortada por la emoción: ¡Quintín, qué felices vamos a ser!
Sorprendido don Juan por la actitud y palabras de don Quintín, cambió de táctica, y queriendo sacar fruto de su indiferencia, le dijo: Vaya, vaya... déjese usted de resentimientos y de delicadezas y piense usted que lo que le propongo, si es beneficioso para ella, no lo es menos para usted. Usted no ha de ir a pedirle nada, sino a ofrecerle una contrata ventajosa.
Pero luego el mucho pensar, como sucede siempre, enturbió su alegría, porque de la reflexión nacieron la duda y el desasosiego. ¿Quiénes serían el caballero y la dama que tan misteriosamente se amaban? ¿No podía suceder también que don Quintín fuese rico y buscara medio de evitar mayores gastos, atribuyendo al capricho de otro lo que él fraguase para su seguridad y regalo?
A las tres y media de la tarde siguiente llegaba don Quintín a la casa de la calle de Belén. Dentro de un rato advirtió a la portera , vendrá una señora; no necesita usted preguntarle a qué cuarto sube. Corriente repuso ella, pensando para su capote : «ya pareció el peine.»
Si fuese un señor rico como el que había pagado todo aquello... La suntuosidad de la estancia le inspiró envidia, y la envidia amargura, porque la más abominable de las pasiones torpes lleva en sí propia su castigo. Don Quintín se mostraba resplandeciente de alegría.
Oye, Quintín, ahora te digo, que haces bien en buscar carne fresca fuera de casa, porque tu parienta está mojama. Anda, calzonazos, échala o me marcho.
Don Juan, considerando inútil enterar a Julia de cuanto sabía relativo a los antecedentes de Cristeta y sus tíos, calló; y acordándose de don Quintín, se dijo que podría sacar de él gran partido. No andas descaminada: buscaré a los estanqueros. Qué icir que si no está casada...; pero lo que yo me digo: si no lo está, si es dueña de hacer de su capa un sayo, ¿por qué llora tanto?
De haberle prestado, tal vez se le apaciguase a don Quintín el odio que le profesaba; pero aquella descortés negativa recrudeció hasta lo indecible sus antiguos deseos de venganza. «¡Habrá tío marrano se decía , que me da de almorzar vino agrio y patatas negras; me propone que le ayude a engatusar a mi pobre sobrina, que al fin es mi sobrina, y ahora me niega cuarenta miserables duros!»
Palabra del Dia
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