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Actualizado: 8 de julio de 2025


Llegó Tòni, pegando su cara al redondel para recibir las quejas furiosas de su capitán. «¿Por qué le habían dejado solo con aquella mujer?... Debían sacarla del buque inmediatamente, aunque fuese á viva fuerza... El lo mandabaEl piloto se alejó con aire azorado, rascándose la barba lo mismo que si acabase de recibir una orden de difícil ejecución.

Después, cambiando de aspecto, era él quien gemía en la tempestad, quien lloraba con el viento de la tarde y lanzaba como un ave nocturna esas quejas agrias y discordantes que hacen pasar por el alma de los vivos, como por las cimas de los árboles, un largo escalofrío de hielo.

ABIND. Tanto estimo... ALBOR. Venme después a hablar. ABIND. ¿Qué así me dejas? ALBOR. Perdona un poco. ABIND. Mi esperanza animo: Cierre la puerta el alma a tantas quejas. Hermosas, claras, cristalinas fuentes, Jardines frescos, celebrados árboles, Que aquí me vistes de Jarifa hermano, Ya no soy el hermano de Jarifa; Ya puedo ser su amante y ser su esposo: Dad todos parabién a Abindarráez.

Andronico apretado de la persuasion del hijo, y de sus privados, que continuamente con quejas y sentimientos lloraban la miseria de los Griegos en tanto deshonor suyo, mostró luego contra los Catalanes el efecto de su pláticas, respondiendo á Roger, y á Berenguer que le pedian dinero para la guerra, que no les queria pagar hasta que hubiesen pasado á la Asia, y diesen principio á la guerra; lenguaje nunca antes usado de Andronico, que hasta entonces fué más largo en hacerles merced, y darles dinero, que solícitos ellos en pedirle.

Cuando á fuerza de golpes, pellizcos, rociadas de agua, cruces y aplicaciones de palmas benditas volvió la joven en y dióse cuenta de su estado, ¡las lágrimas brotaron silenciosas de sus ojos, gota á gota, sin sollozos, sin lamentos, sin quejas! Ella pensaba en Basilio que no tenía más protectores que Capitan Tiago, y que, muerto éste, se quedaba por completo sin amparo y sin libertad.

Pero yo me moriré también. Yo no quiero sobrevivir. Me mataré si no me muero. El Comendador no sabía qué responder á tales quejas. Procuraba consolar á D. Carlos, que le juzgaba indiferente y extraño; que ignoraba que él tenía mayor necesidad de consuelo. Iba D. Fadrique á buscarle en el P. Jacinto.

Estas cariñosas quejas parecían todas sin intención y como nacidas del filial afecto; pero al mismo tiempo era un cruel interrogatorio, que turbó a don Paco, y al que tuvo que hacer un esfuerzo para contestar. De nada valía el disimulo. Era menester contestar con franqueza, y don Paco, armándose de valor, contestó de esta suerte; Tienes razón en quejarte, hija mía.

Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco. ¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal! había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas.

Todo esto no dura mas que un segundo; nuestras quejas no se prolongan más que el canto de la cigarra en otoño; y tales cantos ¿pueden impedir la llegada del invierno? ¿No es preciso que a cada cosa le llegue su día, que todo muera para que vuelva a nacer? Ya otras veces hemos muerto y hemos renacido, y deberemos morir y renacer en lo porvenir.

Me atormento y la torturo con mil quimeras y quejas inmotivadas... Algunas veces me pregunto si no es mi libertad la que echo de menos. Me parezco a esos niños que lloran y patalean por tener un tambor, y en cuanto lo tienen, les falta tiempo para reventarlo para ver lo que hay dentro. Lo cierto es que mi dicha no da ya el alegre sonido que yo esperaba.

Palabra del Dia

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