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Actualizado: 21 de junio de 2025
¡Eso me parece muy natural! ¡Ah!... ¡Sí!... «¡muy natural!» Llevarme tribulaciones, angustias, conflictos de todo género, para que yo los consolase o los arreglara y el día que me tocaba quejarme a mí, encontrarme solo entre las cuatro paredes de mi cuarto. ¡Pero tú no puedes decir eso, Melchor! ¡Tú menos que nadie! ¡Bah!... Con excepción de Ricardo y de ti, ¿dime? ¿cuáles son mis amigos ahora?
Esos los rompería yo en seguida al verla culpada. El vínculo indisoluble es el de mi amor, que su culpa no extingue ni ahoga. »¿Cómo separarme para siempre de ella si mi corazón queda con ella para siempre? »Nada le he dicho. No le he dado la menor queja. ¿Cómo quejarme sin matarla? ¿Cómo matarla amándola tanto? »Toda explicación con ella, toda palabra sobre su falta me parecería fea.
Me he puesto de acuerdo conmigo mismo, que cifro la mayor victoria que podemos lograr sobre lo imposible. En fin, de inútil para todos llego a ser útil para algunos, y he realizado en mi vida, que no podía dar nada de lo que de ella se esperaba, el único acto que, probablemente, no era esperado, un acto de modestia, de prudencia y de razón. No tengo, pues, por qué quejarme.
Siempre me acuerdo de sus privaciones cuando pretendo quejarme de mi suerte. ¡Que Dios auxilie a esta pobre anciana! Mi madre me ha contado esta noche muchas cosas referentes a Mme. de Reyniere, viuda de su arrendador y algo parienta nuestra.
No pienses que trato de atenuar mi culpa; por mucho que la execres no he de quejarme de ello; pero escúchame un momento más y dime luego si no existen circunstancias que atenúan el delito que he cometido, dejando de amar a Magdalena para amar a Antoñita. Hable usted; ya le escucho dijo con viveza Amaury, aproximando su silla para oír mejor a Felipe.
Pero él, bondadoso, agradecido, con notable afecto hacia mí, porque yo no puedo ni quiero quejarme de su tibieza ni de su egoísmo, siempre me consideró como a una buena mujer, aunque harto ligera, y ese amor verdadero, ese apretado lazo de unión completa e indisoluble entre dos corazones humanos, jamás imaginó que pudiera enlazar su corazón con el mío.
Muy señor mío: A usted, señor Fígaro, observador de costumbres, me dirijo con dos objetos. Primero, quejarme de mi mala estrella.
Y no quejándome yo ni de la naturaleza, ni del orden social tal como los hombres han ido disponiéndole, muchísimo menos puedo quejarme de la divina providencia, que acato, adoro y bendigo. Apenas hay objeto que no vea yo de color de rosa, y siempre que se ennegrece, me culpo a mí y a nadie culpo.
La mañana del día fijado para el estreno de Roberto el Diablo, debía yo entregar a unas señoras un palco que les había ofrecido; palco de que el director me había despojado para dárselo a un periodista. Al quejarme de ello, me contestó: ¡Es para un periodista!... Ya ve usted, un periodista... que la detesta... pero que, gracias a esta atención, consentirá en hablar bien... de la música.
No, Blasillo; aquellas buenas gentes trataban de distraerse. ¡El día es tan largo! y además, ¿de qué podía quejarme? no me habían silbado, al contrario, me aplaudían. ¿Qué quieres? mi vida es un papel; así como así, todo es comedia: amistad, valor, virtud, gloria, abnegación. ¡Oh! ¡comandante! exclamó Blasillo con amargura. ¡Todo, muchacho, todo! hasta la piedad de las mujeres por la desgracia.
Palabra del Dia
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