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En el curso de nuestros amores, puedo decir que no tuve motivo serio para quejarme una sola vez de ti. Nuestras reyertas han sido siempre las de dos niños y han terminado con la misma brevedad que las de los pájaros que riñen en el aire.

28 Porque toda la casa de mi padre era digna de muerte delante de mi señor el rey, y pusiste a tu siervo entre los convidados de tu mesa. ¿Qué derecho pues tengo aún para quejarme más contra el rey? 29 Y el rey le dijo: ¿Para qué hablas más palabras? Yo he determinado que y Siba partáis las tierras.

Tengo, pues, que prever con firmeza mi próxima desaparición... No se aflija usted, amigo mío... Harto sabe usted que este accidente de la muerte es inevitable y que lamentarse por esa ley de la Naturaleza es tan vano como lo sería el llorar diariamente cuando viene la noche. He cumplido sesenta y ocho años, he pasado del término medio de las vidas humanas, y no tengo derecho a quejarme.

No puedo quejarme de haber sido recibido con indiferencia; al contrario, mis indicaciones, el relato fiel de lo que en aquel campo habia yo visto, y la mera inspeccion de los fragmentos por recogidos, despertaron en el Sr.

ABIND. Jardín que adorna y viste De tantas flores bellas Amaltea: Aquí, donde tuviste Aquella primavera que hermosea, Cuando por ti pasea; Aguas, yerbas y flores, Aquí vengo a quejarme, Y no de sus rigores, Sino de un imposible mal de amores, Que ya quiere acabarme.

Volveremos á pasar el puente, saliendo de la puerta de Francia; pero U. me dará un certificado de lo ocurrido para quejarme contra U. por medio del ministro de mi país. La observacion produjo su efecto, porque el comisario tomó un aire de proteccion generosa y me interrogó. ¿Con qué objeto entran UU. á Francia? Con el de conocer á Estrasburgo y visitar á una familia en el departamento.

He merecido esto, y no puedo quejarme ni vituperar a usted, caballero... Pero a usted me dirijo, señorita; abogue por mi causa, que es también la suya... Conozco sus esperanzas, y puedo ayudarle a realizarlas... No me niegue usted esta satisfacción, la única que conviene a mi edad. ¡Es verdad! dijo Liette turbada; reflexiona; hijo mío... ¡La amas tanto!

Y como estaba convencido de que el mundo no podía sentir la más leve emoción por mi retirada, ni había llegado a enterarse de que existo, recogí los bártulos que yo titulaba ideales, me decidí a comer, y aprovechando ciertos bombos dados por en los periódicos a la casa Dupont, me metí en ello para siempre, y no puedo quejarme.

Yo no me meto con usted... no se meta usted conmigo... La vaca me está causando todos los días perjuicios... Pues quéjese usted al juez. Antes de quejarme al juez, he de arreglar a esa grandísima... Ya se librará usted de hacerlo. Lo veremos. Y el aldeano se alejó lentamente, murmurando amenazas salpicadas de groseras interjecciones.

El coche marchaba por una serie de calles estrechísimas, bailando muy más de la cuenta para mis huesos; pero como yo venía dispuesto a admirarme de todo y hallarlo de perlas, lejos de quejarme, sacaba a menudo la cabeza por la ventanilla y echando una ojeada a las casas de pobre apariencia que íbamos pasando, me dejaba caer otra vez sobre el asiento, exclamando lleno de gozo: «¡Oh, qué árabe, qué árabe es todo esto