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Actualizado: 28 de junio de 2025


Se hallaba cierta tarde, contra su costumbre, leyendo en el corredor de casa, resguardado de los rayos del sol por la parra, cuyos sarmientos pendían del alero, formando fresca y tupida cortina. La luz se quebraba entre sus pámpanos, los doraba, los hacía transparentes, y llegaba hasta él suave y dormida.

En su boca bestial se sucedían rápidamente salvajes contracciones de cólera y perrunas sonrisas. En los días de «spleen» mordía y quebraba cuanto hallase a su alcance. Muy prudentemente, Catalina lo tenía pues encerrado en una sólida jaula de hierro, al menos hasta que se mostrase más tranquilo y sociable.

La luz de los astros se quebraba en aquellos líquidos diamantes y daba reflejos de iris. El Comendador no fué dueño de mismo. Acercó su rostro al de Lucía y puso los labios en una de aquellas lágrimas. Luego exclamó: ¡Te amo! Lucía no contestó palabra. Echó á andar hacia su casa; llamó, abrieron, y entró seguida del Comendador. Al llegar á la escalera, se volvió y le dijo: Buenas noches, tío.

¡Jorria! exclamó Chisco comenzando a descender la otra ladera con igual frescura que si no se hubiera movido hasta entonces. Seguíle yo sin titubear; y al verme luego en las honduras de aquel inmenso barranco, me pareció que se quebraba el último vínculo que me ligaba al mundo que yo conocía.

Deste modo salieron y se retiraron todas las dos figuras de las dos escuadras, y cada uno hizo sus mudanzas y dijo sus versos, algunos elegantes y algunos ridículos, y sólo tomó de memoria don Quijote -que la tenía grande- los ya referidos; y luego se mezclaron todos, haciendo y deshaciendo lazos con gentil donaire y desenvoltura; y cuando pasaba el Amor por delante del castillo, disparaba por alto sus flechas, pero el Interés quebraba en él alcancías doradas.

La cabra de trémulo balido y cuernos inútiles veíase metida sin defensa en el antro de la pantera, y allí sufría la arremetida que quebraba sus huesos con espeluznante crujido, hundiendo la bestia sus zarpas en las entrañas de la víctima y el hocico en su sangre humeante.

Comieron alegremente; corrió bastante el jarro del vino; Andrés bebía sidra embotellada: cambiáronse muchas pullas entre Celesto, Máxima, Andrés y el excusador. El follaje amarillento del pomar quebraba los rayos del sol. La brisa de la montaña los templaba. Respirábase un ambiente embalsamado por el aroma de la yerba y de las manzanas apiladas. La alegría se apoderó de todos.

He visto un ladrón que a fuerza de leer se ha hecho un leguleyo ; tiene toda la exterioridad de un hombre de educación esmerada, se expresa correctamente y no deja traslucir en su trato que, diez años atrás, era un compadrito que escupía por el colmillo y se quebraba hasta barrer el suelo con la oreja. El pillo extranjero es el más abundante.

Ya era un rayo que daba sobre un monte, como el acero de un gigante sobre el castillo donde supone a su dama encantada; ya un león con alas, que iba de nube en nube; ya un sol virgen que de un bosque temido, como de un nido de serpientes, se levanta; ya un recodo de selva nunca vista, donde los árboles no tenían hojas, sino flores; ya un pino colosal que, con estruendo de gemidos, se quebraba; era una grande alma que se abría.

Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun pasaba adelante; dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dijo: "Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has comido las uvas tres a tres." "No comí, dije yo; mas ¿por qué sospecháis eso?"

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