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Actualizado: 13 de junio de 2025


Unas veces miraba hacia el vecino jardín sumergido en tenebroso y perfumado silencio; otras levantaba el rostro y las pupilas hacia la altura. Nada exaltaba su pasión como el suntuoso misterio de los astros. Parecíale que sus luces inquietas le hablaban un lenguaje sublime que él no alcanzaba a comprender.

¡Famoso Morales!... ¡Encontrármelo hecho un héroe!... ¡Este don Macperson! ¿Por qué lo querré tanto?... Y se estrecharon las manos por encima del tarro de ginebra, que empezaba á estar casi vacío. Pero ya no se miraban lo mismo que antes. Detrás de sus pupilas persistía el mal recuerdo del pasado. El policía mostraba empeño en que le admirase el otro.

La bella Elena le oía con gran interés; pero Robledo, sintiéndose inquieto por la expresión momentáneamente admirativa de sus ojos de pupilas verdes con reflejos de oro, se apresuró á añadir: ¡Esta fortuna puede retrasarse también tantos años!... Es posible que sólo llegue á cuando me vea próximo á la muerte, y sean los hijos de una hermana que tengo en España los que gocen el producto de lo mucho que he trabajado y rabiado allá.

Muchas veces había pensado el cura en que su sobrino podría ser un buen marido para cualquiera de sus dos pupilas; pero, como no era un buen partido, calló el cura su pensamiento y propósito, y jamás hizo nada por realizarle. Paco, Beatriz e Inesita se querían como hermanos.

En torno de las sienes calvas, con la amarillez del marfil viejo, se marchitan las coronas de rosas, y en la medrosa concavidad de las órbitas vacías, en vez de las pupilas bañadas de efluvios amorosos, brilla la pálida fosforescencia de las larvas inquietas.

Por fin el hombre que les había proporcionado los taburetes exclamó, mirando a lo largo de la calle: Agora llega la morisca que hechizó al mancebo cristiano. Todas las bocas callaron. Aixa avanzaba lentamente, con las pupilas fijas en el cielo.

El que fuera digno de gozar el singular privilegio de ser mirado por ella, habría advertido en sus ojos la inalterable fijeza, la expresión glacial, que son el primer distintivo de los ojos de un santo de palo. Pero había momentos, y de esto sólo el autor de este libro puede ser testigo; había momentos, decimos, en que las pupilas de la santa irradiaban una luz y un calor extraordinarios.

Sentíase perturbado por una embriaguez ascendente, como si el vino que poco antes parecía contraerse con tristeza en su interior hiciese explosión de nuevo, avasallando sus sentidos. Fijábase en los ojos de la norteamericana, en sus pupilas líquidas y temblonas, que se destacaban del nácar de las córneas con el brillo de una luz cambiante, reflejo mixto de malicia y candidez.

Mientras tanto, Fontenoy decía á Torrebianca, rehuyendo la mirada de la mujer de éste: ¡Una verdadera casualidad!... Salgo de una comida con hombres de negocios; necesitaba distraerme; vengo aquí, como podía haber ido á otro sitio, y los encuentro á ustedes. Por un momento creyó Robledo que los ojos pueden sonreir al ver la expresión de jovial malicia que pasaba por las pupilas de Elena.

Acércase a él un señor serio y bondadoso, pónele la mano en el hombro con blandura y cariño, le toma el pulso, lee brevemente en su extraviada fisonomía, en sus negras pupilas, en el caído labio, y volviéndose a un joven que le acompaña, dice a este: «Bromuro potásico, doble dosis».

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