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Actualizado: 2 de mayo de 2025
¡Miserable loco! exclamó, sin soltar á la doncella, que se debatía inútilmente. ¿Osas darme órdenes? ¡Sigue tu camino, aléjate á toda prisa, si no quieres que te arroje de aquí á puntapiés! ¡Largo, te digo! Esta buena moza ha venido á visitarme y no quiero que me deje tan pronto. ¿No es así? dijo soltando el talle de la joven y asiéndola por una muñeca.
Esto es todo lo que acepto de usted, tiíta; dígame, ahora, cuanto se le ocurra: todo lo merezco, hasta que me arrojen a puntapiés a la calle, porque soy muy culpable, más de lo que usted cree, quizá... No sé, yo quería ser rico, pronto, pronto, y no pasar la vida trabajando, para comer pan negro de viejo, como sucede casi siempre... ¡Luego, mi amor por Susana! yo me decía: Si me hago millonario, ni los Esteven se opondrán, ni en casa me harán la guerra: el rico es libre y el dinero todo lo allana.
Aquí tenéis dos sueldos por barba, que no debiera dároslos, sino dos puntapiés á cada uno; y decid á la patrona que os eche un trago, que yo pago. Todos contemplaban y oían con interés al veterano, quien apenas aplacó la sed apurando un enorme cubilete de estaño lleno de cerveza, volvió á tomar la palabra: Y ahora, á cenar, ma belle.
Talín dejó escapar otro gruñido más áspero, abrió la boca y le clavó los dientes. Flora dió un grito: la mano quedó al instante manchada de sangre. Verlo D. Félix y volverse loco fué cosa de un instante. Se arrojó como un león sobre el ingrato perro, le hartó de puntapiés y maldiciones y, no contento aún, agarró el bastón que tenía arrimado á una esquina y le molió á palos.
Gillespie acometió inmediatamente á puntapiés, la gran puerta del edificio, y finalmente hizo de su cachiporra una catapulta, derribando á los primeros embates las dos hojas chapadas de acero. ¡Ra-Ra, hijo mío gritó á toda voz , la salida está libre; huye y no perdamos tiempo!
Fortunato, que era la bondad misma, se precipitó á su socorro y recibió algunos puntapiés y alguna que otra tarascada, pero no retrocedió y empezó á desabrochar á Clementina, que lanzaba débiles quejidos. Le mojó concienzudamente las sienes con agua de Colonia y le hizo aspirar un frasco de sales.
En el Uruguay, cuando las guerras jordanistas, un vasco ladrillero, que en su vida había degollado un cordero, obsesionado por los frecuentes degüellos, se ofreció para degollador oficioso, y en el primer candidato que le dieron, desnudo y atado de pies y manos en el suelo, chamboneó de tal manera, que la víctima, en sus retorsiones, rompió las cuerdas que le sujetaban los pies, se incorporó chorreando sangre, degollado a medias, y acometiendo a puntapies al aprendiz de verdugo, lo increpaba: "Si no sabes degollar a qué te metes, ¡vasco de tal por cual!". Este, a su vez, respondía a puñaladas, que entraban en el vientre del prisionero como en un queso, hasta que el espectáculo colmó la medida, y un veterano salió de las filas de las tropas formadas en cuadro, para su edificación, y le puso término.
Si para arrancar aquel hombre de su poltrona, donde estaba incrustado como el molusco a la roca, se necesitaba cogerle de una oreja y echarle a puntapiés, y aún así, era casi seguro que había de volver, a hocicar.
Al día siguiente, cuando se presentó en casa de Arizmendi, pensó Cracasch: Nada, van a felicitarme por la broma de ayer. Entró y le pareció que todo el mundo estaba serio. De pronto, se le acercó Arizmendi y con voz más que severa, iracunda, en un terrible ab irato, le dijo: No vuelva usted a poner los pies en mi casa. ¡Imbécil! Si no fuera usted un idiota, le echaría a puntapiés.
Tan pronto, acometido de cólera furiosa, proyectaba arrojar á su amigo de la tienda á puntapiés y pescozones, como, presa de profundo abatimiento, quedaba paralizado y devoraba su afrenta en silencio; comía poco, no bromeaba jamás y, contra su costumbre, bebía bastante vino. Al fin rompió la cuerda, como era de presumir.
Palabra del Dia
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