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Actualizado: 19 de junio de 2025


Otros muchos siguieron su ejemplo, y cayó sobre los desgraciados una granizada de proyectiles más sucios en verdad que mortíferos. Sin embargo, un tallo de berza lanzado con fuerza vino a dar en el rostro de María y la hizo sangrar por los labios.

La excitación natural, el movimiento recíproco lo explican suficientemente. Los proyectiles se habían enterrado a la altura de un hombre en las dos paredes opuestas a los combatientes que concluyeron por venirse a las manos, siendo entonces separados por algunas personas. Por desgracia, raro es el incidente de ese género que se termina de una manera tan feliz.

Estos proyectiles corrían silbando por el aire como las balas en una reñida batalla, salvo que eran mucho más inocentes, pues apenas hacían daño, si por una maldita y rara casualidad no acertaban a darle a alguien en un ojo, pues entonces bien podían dejarle tuerto.

Los trabajos defensivos del buque estaban terminados; las bodegas contenían un cargamento de proyectiles para el ejército de Oriente y varios cañones sin montar. Recibió la orden de partida, y una mañana gris y lluviosa salieron de la rada de Brest. La bruma hizo aún más dificultoso el tránsito entre los escollos que obstruyen este puerto.

Y saltando al mismo tiempo los dos, cada uno por lado distinto, encontráronse en lo más alto de su salto; chocaron los cuerpos como proyectiles y cayeron en el rescoldo, hundiéndose entre las brasas la parte más carnosa del individuo. La plazuela pareció animarse, lanzando interminables carcajadas.

Yo he dicho que la soberanía de la nación por un lado y la libertad de la imprenta por otro, son dos obuses cargados de horrorosos proyectiles que nos harán más daño que los que ha inventado Villantroys. Caballero dije yo afeminadamente , esa comparacioncita es exacta y procuraré retenerla en la memoria. Deploro tantos errores dijo la dueña de la casa . Pero aquí, Sr.

Esto fué lo único que Caragòl pudo ver claramente, y rompió á aplaudir con una alegría infantil. Luego agitó en alto su sombrero de palma. «¡Viva el Santo Cristo del Grao!...» Otros proyectiles fueron cayendo en torno del Mare nostrum, salpicándolo con sus enormes surtidores de espuma. De pronto tembló de popa á proa: se estremecieron sus planchas con una vibración de estallido.

El defensor del gobierno, por mediación de su compañera, facilitaba víveres al rebelde. Otras veces ocurría lo contrario. La moneda carecía casi siempre de valor en estas transacciones. El bando falto de municiones sólo quería vender su pan á cambio de cartuchos, y el que los tenía los entregaba, ansioso de comer, sin fijarse en que, horas después, estos mismos proyectiles podían darle la muerte.

Abajo estaban los bravos, que por un chichón más o menos no querían mostrar miedo e insultaban a los de las rocas cuando se agotaban los proyectiles, hasta que aquéllos les arrojaban a la cabeza los cestones vacíos. Cada vez que caía un cartucho o un ramo sobre la gente, mil manos se levantaban ansiosas, originándose disputas por su posesión.

Se agitaban vociferando alrededor de las escolleras; medían con sus azagayas la profundidad del agua, esperando encontrar bancos que llegaran hasta el junco, y disparaban sus bomerangs sin resultado alguno, porque aquellos proyectiles no llegaban a su destino, a causa de la distancia, que era de unos dos cables.

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