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Actualizado: 10 de junio de 2025


Pero este alguien, este nuevo Prior, no era un anciano irresoluto y fatigado por la edad, ni menos un blandengue, ni tampoco un devoto contemplativo y extático, siempre con la imaginación en las esferas celestiales.

Pues, señor, volviendo al asunto, y en la imposibilidad de referir punto por punto toda la historia de mi juventud, porque no acabaríamos hoy, le diré á usted que á los cinco años de mi práctica de comerciante, habiendo conocido perfectamente el manejo de los negocios y á una joven vecina de mi principal, monté de cuenta propia un establecimiento de géneros de refino, y me casé el día mismo en que cumplía treinta y un años; cosa que me costó mis trabajillos, porque los once meses de Salamanca me habían procurado una reputación de calavera de todos los demonios. Casado ya, mi vida tomó un giro enteramente diverso del de hasta entonces. Desde luego fuí nombrado síndico del gremio de zapateros, procurador municipal de dos pueblos agregados á este ayuntamiento, vocal perpetuo de una junta de parroquia, tesorero de la Milicia Cristiana y asesor jurado de una comisión calificadora para los delitos de sospecha de traición á la causa del Rey. Con todos estos cargos me puse en roce con las personas más importantes de la ciudad y me dieron entrada en palacio, que era todo mi anhelo ya mucho tiempo hacía, porque Su Ilustrísima era hombre de gran eco entre las gentonas de Madrid, y lo que por su conducto se averiguaba en Santander, no había que preguntar si era el Evangelio. Tenía Su Ilustrísima tertulia diaria de ocho á nueve de la noche, y la formábamos un médico muy famoso por sus chistes, que hablaba latín como agua; el P. Prior de San Francisco, hombre sentencioso y de gran consejo; un abogado del Rey, caballero de Carlos III; mi humildísima persona, y un Intendente de rentas, hombre de bien, si los había, temeroso de Dios como ninguno, servicial y placentero que no había más que pedir.... Por cierto que murió años después en Cádiz, de una disentería cuando el sitio del francés.

Ese hombre tan odiado, contra el cual truena la voz de millares de frailes, desde millares de púlpitos, debía tener algo del aspecto satánico de Dante cruzando solitario y sombrío las calles de Ravena; alto, delgado, grave y severo, con ojos de mirar intenso, cuerpo consumido por la constante excitación intelectual... ¡Era un prior de convento del siglo XV el que hablaba!

Bien podrá ser que sea militar contestó fray Gabriel, el cual, excepto en puntos de medicina y de horticultura, estaba acostumbrado a mirar a la tía María como a un oráculo, y a no tener otra opinión que la suya, lo mismo que había hecho con el prior de su convento. Así que casi maquinalmente, repetía siempre lo que la buena anciana decía.

Usted me ha de perdonar repuso fray Gabriel ; pero yo no dejo de ayunar, como antes, mientras no me lo dispense el padre prior. Bien hecho, hermano Gabriel dijo la tía María . Manuel, no te metas a diablo tentador, con su espíritu de rebeldía y sus incitativos a la gula.

El débil P. Prior de Nuestra Señora del Valle, que no se atrevió á cortar con mano firme el inveterado abuso de que fue campeón el P. Procopio, resignó su cargo á causa de sus muchos años, y se retiró á pasar tranquilo en otro convento los que le quedasen de vida. Claro está que alguien había de sustituirle para que la comunidad no quedase convertida en un cuerpo acéfalo y disparatado.

No es de extrañar, por tanto, que llegado el día del capítulo fuese manifestando el P. Prior todos los puntos que habían de tratarse, dejando deliberadamente para lo último la reforma vinífera que pensaba plantear pro salutem etiamque mores, quiero decir, en beneficio de la salud y aun de la moral de los asociados.

Todos los que estaban dentro ardieron como estopa, y cuando el prior oía el llanto de las mujeres y de los niños, decía el muy bruto: ¡Bien templado está el órgano! ¡Parece mentira que crea Vd. esas paparruchas! ¿Y lo que está haciendo por ahí ahora ese cura, cuyo nombre es un escarnio?

El que pronto había de llamarse Felipe II cumplió la orden paterna, y muy luego empezaron las obras del apellidado Palacio del Emperador, palacio modestísimo, reducido á cuatro grandes celdas, cuyo destino fué al principio un secreto para los mismos religiosos que allí vivían, excepción hecha del Prior y de algún otro. Más adelante veremos cómo Felipe II volvió algún tiempo después á Yuste.

Y ésta se cumplió también, y con más rigor todavía. Vieron, pues, los frailes que era digno el Prior de su fama y que sentaba la mano de firme por la cosa más leve. Tenía un modo de mandar, que imponía la obediencia; y si como superior era inflexible, como hombre debía ser un león.

Palabra del Dia

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