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La del tío Frasquito era la corbata de gran maestre de los micos de Currita, de seda azul japonesa, sujeta coquetamente con el alfiler de una sola perla. Habíale encargado la Albornoz venir a buscarla a casa de Butrón, para darle sin pérdida de tiempo sus primeras disposiciones de presidenta.

Ocupóse, lo primero, en buscar la presidenta, piedra fundamental de todo el edificio, y un nombre ilustre que había de llevarse tras de cuanto grande, bueno y respetable encerraba la corte; acudió primero a su mente la marquesa de Villasis... Mas las teorías conciliadoras del peludo diplomático juzgaban necesario allegar otros elementos, y pensó entonces en la condesa de Albornoz para el cargo de vicepresidenta.

En lo que era debido; en que la presidenta dijo que teníamos razón; que se dieran los auxilios, y que no se volviera a hablar de eso. La señora se fué mohina, y nosotras salimos muy contentas. Bien hecho, Angelina. Tenían ustedes razón. Ahora, vamos a otra cosa. ¿Sabe usted lo que me dijeron esta mañana, al salir de la Conferencia? Si usted no me lo dice.... Veamos, ¿quién y qué?

El Tandil presentaba entretanto el animado aspecto de una ciudad griega durante las guerras del Peloponeso. La población entera se agitaba y hablaba en todos los sitios, públicos y privados... Un grupo de señoras de la sociedad de beneficencia llamada de las «Damas del Divino Rostro», compuesto de la presidenta primera, la vice-presidenta tercera y la secretaria segunda, fue a ver al comisario.

Saludaron a la presidenta y arrojaron con garbo las capas de gala a los amigos, cambiándolas por las de uso. De todos los tendidos se oían voces saludando a los lidiadores: éstos cambiaban gritos y saludos con los espectadores, y sostenían conversación con ellos en alta voz. Hasta aquí todo marchaba perfectamente.

Ciertamente. ¡Cuántas almas temen los rozamientos de la vida!... hizo observar la Melanval bajando púdicamente los párpados, el matrimonio no es un modo de existencia propio de las naturalezas finas y delicadas... ¡Oh! protestaron la abuela, Francisca y Petra. Yo misma continuó la presidenta, me he estremecido siempre de horror al pensar que un caballero hubiera podido besarme...

Señora presidenta: yo no tenía esa intención... LA MARQUESA. ¡..., ...! Todas dicen eso. Y pasados quince días me las encuentro emperifolladas, cubiertas de joyas y apestando a esencias. Estas costumbres son capaces de desacreditar a un hospital modelo. Una advertencia más: aquí soy yo quien lo dirige todo, y usted no tiene que recibir órdenes de nadie mas que de .

Cobra ligeramente aliento y prosigue: «En cambio aquí, como el presidente llega a la meta ya viejecito, la presidenta suele ser otra viejecita ya cansada, concluida, reumática, cuyo mayor deseo es que la dejen tranquila. ¡Y luego hablan de las jóvenes repúblicas! La juventud está en las monarquías.

Doña Cristina daba el último toque á sus cabellos rubios, que ya comenzaban á encanecer, al mismo tiempo que con el rabillo del ojo seguía en un espejo la marcha del reloj colocado sobre el mármol de una chimenea. Eran las tres de la tarde, y á las cuatro tenía que asistir en Bilbao á una junta de señoras católicas, de la que era presidenta, en el Colegio del Sagrado Corazón.

Cierto dice la de Esquilón; pero era distinto que ahora; entonces estaban María Rosa y Teresa, que son muy discretas y muy distinguidas, y sabían muy bien sustituir la falta de presidenta en las fiestas sociales. Ellas daban tono al gobierno con su ingenio y con su conversación espiritual. Don Victorino podía estar tranquilo: había presidentas.