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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Y como si el recién llegado hubiese comprendido aquella pregunta en aquella mirada, dijo: Don Rodrigo está gravemente herido, casa del duque de Lerma. Montiño se puso levemente pálido, y fijó con ansiedad los ojos en Dorotea. ¿Y bien? dijo ésta ¿porqué me dais esa noticia como si se tratase de una persona muy allegada á mí? ¡Cómo! dijo con insolencia aquel hombre yo creía que os importaba algo.
Otro ratito de andar en silencio, y otra pregunta en seco de Nieves: ¿Conoce usted a Rufita González? ¡Quién no la conoce en Villavieja? contestó Leto. ¡Qué bachillera, eh?
La conduje hasta su coche y llegados a él, el estribo bajo y Magdalena envuelta en su abrigo de pieles, le dije: ¿Me permite usted acompañarla? No había contestación que darme sobre todo a presencia del señor D'Orsel y de Julia. La pregunta era, por otra parte, de las más sencillas. Subí casi antes que ella me lo permitiera.
Hízole entrar en la sala, y estrechando sus manos con fuerza, descompuesta, loca, prorrumpió en esta pregunta: ¿Qué has hecho, hijo mío, qué has hecho? Quilito, pálido, no comprendía.
Sentose don Claudio Fuertes delante del pupitre; cogió pluma y papel, y escribió en un credo algunos renglones que leyó después a don Alejandro Bermúdez, y decían así: «Mi querido sobrino: Por las sospechas que apuntas en tu carta del tantos, es posible que te convenga mejor que el hospedaje que en esta casa tenías y tienes a tu disposición, el que te reserva en la suya la persona que te fue con la noticia que ha dado origen a tus temores, si es que persistes en tu propósito de venir a Villavieja; pues pudieras haber variado de parecer después de considerar que no tienes derecho alguno ni autoridad suficiente para hacerme la pregunta y las reflexiones que me haces en tu mencionada carta.
El hábito era de un gris ratonesco, y pendiente de la cintura llevaba un enorme rosario con cuentas como nueces, gran cruz de cobre y medallas de santos. Su voz era falsamente suave; el acento y giros que empleaba, muy franceses. ¿Está Vd. dijo quien pregunta por la mamán del padre Tirso? Sí, señora; soy su hijo y vengo a buscarla.
Su presencia causó una gran sorpresa; pero la austeridad de su semblante y su aire grave imponían tal respeto aún a sus más íntimos amigos, que nadie se atrevió a dirigirle la menor pregunta.
Pero no era el avaro hombre capaz de entregarse por mucho tiempo a esta indignación con arranques líricos. Pero vamos a ver, muchacho... ¿a qué has venido...? Algo te trae aquí. Lo adivino en tu preocupación. -Juanito balbuceó, sorprendido por esta pregunta inesperada.
Mordiendo la uña del dedo meñique con encarnizamiento, protestaba de esta ida a la estancia en pleno invierno; que no contaran con ella, porque ni a soga habían de llevarla: la temporada de ópera en lo mejor, tres bailes anunciados... ¡la muerte antes que la estancia! Bien mondado el meñique, pasó al anular, insistiendo en su pregunta.
¡No conteste usted a esa pregunta! se apresuró a decir el presidente. Está bien expresó el defensor. ¿No es igualmente exacto que la testigo detestaba a todas las hijas de confesión del procesado, estableciendo con ellas una suerte de rivalidad? No conteste usted tampoco. Esa pregunta es tan impertinente como la otra.
Palabra del Dia
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