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Actualizado: 21 de julio de 2025


Cuando llegaron á la plaza del mercado, se volvió aún más inquieta y febril al notar el bullicio y movimiento que allí reinaban, pues por lo común aquel lugar tenía en realidad el aspecto de un solitario prado frente á la iglesia de una aldea, y no el del centro de los negocios de una población.

«Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas, hiedra que por los árboles caminas torciendo el paso por su verde seno....»

La noche de la muerte de Jaime Bolen ocurrió un caso curioso, y fué que, cuando las sombras envolvieron el Prado de San Sebastián, acudieron á él tres hombres, y misteriosamente subieron al Quemadero y recogieron las cenizas de las víctimas, que depositaron con el mayor respeto en una caja que á prevención traían, retirándose muy luego con igual cautela.

Unos salen, otros entran, todos corren; se agolpan; se apiñan; las marras del buque se sueltan; el humo asoma; las ruedas se mueven; el agua salta convertida en espuma; el vapor parte. Al clamoreo festivo de la despedida, sucede un silencio general. El tiuque se desliza sobre aquella corriente azulosa, como una culebra sobre el musgo de un prado verde.

Buen trecho antes de llegar disparó un tiro, como si en efecto anduviese de caza, mas en vez de preparar con esto el encuentro y hacerlo más casual, lo echó a perder. Rosa, advertida de su presencia, fuese corriendo a ocultar entre los avellanos de las lindes. Cuando bajó hasta tocar en ellas y echó una mirada al prado, no vio más que a las vacas.

Además de los dos mencionados retratos ecuestres, el del Rey y el del Príncipe Baltasar Carlos, hay en el Museo del Prado otros tres de personas reales y a caballo atribuidos a Velázquez, pero que hace tiempo se juzgan no hechos en totalidad de su mano.

Pero la fortuna ordenó las cosas muy al revés de lo que él temía. Sucedió, pues, que otro día, al poner del sol y al salir de una selva, tendió don Quijote la vista por un verde prado, y en lo último dél vio gente, y, llegándose cerca, conoció que eran cazadores de altanería.

Separáronse con esto: el pescador se fúe dando gracias á su estrella, y Zadig maldiciendo sin cesar la suya. El basilisco. Llegó Zadig á un hermoso prado, donde vió una muchedumbre de mugeres que andaban buscando solícitas cosa que parecia que habian perdido. Acercóse á una de ellas, y le preguntó si queria que las ayudara á buscar lo que querían hallar.

E los omes de Martín López como lo veyeron muertto é eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo é comenzaron todos a fugir. E cuando lo supo la muger de Martín López fué la triste al prado de Sant Ana, é cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento y mutilado, se afinojó, prísole en sus brazos é comenzó a llorar, maldiciendo la guerra é su mala fortuna.

Y olvidó su cervato, su ballesta y su roto caftan de sangre rojo, y Leila, ansiosa, de terror traspuesta, ¡Que él se salve! exclamó ¡yo estoy dispuesta! ¡Sálvame , Señor, que á me acojo! Á poco, fiero se mete sobre un caballo lanzado á rienda suelta, en el prado, un fatídico jinete. Deshecho su capellar, al aire en desórden flota; y de su roja marlota el recrujiente ondear;

Palabra del Dia

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